Las máscaras del progresismo.
La Patota (2015) es el tercer opus del galardonado director Santiago Mitre, que tras el éxito de su ópera prima El Estudiante (2011) y su último film Los Posibles (2013), indaga en las contradicciones del progresismo a través de una situación límite. La película está basada en la obra homónima dirigida por Daniel Tinayne, escrita por Eduardo Borrás y protagonizada por Mirtha Legrand. En esta oportunidad el guión de Mariano Llinás y Mitre intenta poner en duda los valores de las confusas ideas del progresismo, una ambivalente calificación en la que se engloban conceptos de izquierda relativos a la igualdad, la libertad y la justicia, que promueven reformas respecto de diversos temas como el feminismo y el ecologismo.
En esta nueva versión, una joven abogada interpretada por Dolores Fonzi decide ir a una escuela de Misiones en un proyecto de alfabetización política en una zona de bajos recursos. Allí debe asumir una tarea pedagógica en un ambiente hostil que no comprende y en el que le resulta imposible encontrar un canal y un código de comunicación. Ante esta situación, la película da cuenta de la necesitad de Paulina, la joven idealista, de poner el cuerpo a la militancia social a través de la intervención territorial y colocando en primer plano el choque de clases, vía escenas de gran valor estético.
Uno de los pilares de la obra es la extraordinaria fotografía de Gustavo Biazzi, quien ya había trabajado con Mitre en El Estudiante. Aquí retrata la selva como espacio impenetrable y brutal donde reina la violencia y la ferocidad, y a la vez que pone la cámara en pequeños objetos que dejan entrever la posición social. Mientras que la selva funciona como metáfora sobre la pobreza y los estudiantes que no reconocen la autoridad de la joven docente, un edificio abandonado, a medio construir, representa a Paulina, la inocente abogada que quiere comprender y vivir la pobreza con sus ideas aún en desarrollo, sentando sus bases, con la selva alrededor, rodeándola.
La actuación de Dolores Fonzi queda opacada por la extraordinaria labor de Oscar Martínez que personifica al padre de Paulina, un avezado militante político y social de ideas de izquierda devenido juez que cuestiona las decisiones de su hija con algo de cinismo y de paternalismo sobreprotector. Especialmente debido al carisma de Oscar Martínez y a un guión que pone todo su arsenal en los diálogos, lo mejor del film son las discusiones en las que Paulina y su padre batallan airadamente sobre las decisiones que la chica está tomando sobre su vida, dejando entrever en las mismas las diferencias entre las ideas progresistas y la militancia que pone el cuerpo y queda en el medio de los conflictos inherentes a la comunidad y la desigualdad. Con gran maestría Mitre logra así lo que se propone, que es crear una historia que cuestiona todos los discursos del progresismo a través de una confrontación extrema solicitando del espectador una toma de posición ante la situación general de violencia social.