Es difícil hablar de “La Patota” (Argentina, 2015) como película y no como objeto político que invita a un debate posterior. Santiago Mitre en su segunda película consigue algo que pocos realizadores han logrado y con una carrera tan corta, la de provocar, sugerir e invitar a un análisis post proyección que excede la propuesta cinematográfica.
Porque en la historia de Paulina (Dolores Fonzi), una joven abogada, que decide escapar de su zona de confort para dedicarse a una práctica mucho más enriquecedora para ella, la de formar ciudadanos en un lugar marginado, hay un estado de época emergente tan vigente que escapa de los cánones con los que el cine nacional trabaja con recurrencia.
Paulina conoce a otro, se introduce en su mundo, es casi una antropóloga en un viaje de conocimiento que buscará darle respuestas a las que hasta el momento ha intentado darle la sociedad, su entorno, su clase económica, su padre (Oscar Martinez), su novio (Esteban Lamothe) y cada persona con la que se relacionó en su corta vida.
Ella es un ejemplo de cómo nada puede determinar algo, rompiendo esquemas y fórmulas, alejándose de teorías que, para citar sólo a Pierre Bourdieu, hablaban de una pertenencia inamovible a un grupo con el consiguiente consumo de sus bienes y productos.
Paulina busca otra cosa. Quiere, al igual que en el pasado lo hizo su padre, trabajar en las bases, para poder así empoderar a los más débiles y crecer ella como formadora, escapándole al estereotipo de abogada de estudio que sólo lucra a fuerza de determinar la inocencia o culpabilidad ajena.
Y Mitre va contando este proceso lentamente. Con mucho plano detalle. Con mucho silencio. Con mucho de contemplar sin juzgar. Porque para eso estará el espectador. Capaz de juzgar desde la primera escena a Paulina, su entorno, y su nuevo grupo social.
Una primera parte del filme explorará a Paulina y su nuevo entorno. Sin extrañamiento, al contrario, con una cercanía que sorprende y deslumbra. Con una capacidad de relatar la cotidianeidad del grupo al que ella se acerca a enseñar impactante.
La tensión irá in crescendo cuando conoceremos a algunos miembros del grupo, que a través de ejercer su poder coercitivo va conformando un espacio de violencia contenida en el que Paulina caerá sin quererlo ni imaginarlo.
El segundo tramo del filme es más introspectivo y bucea en el después de Paulina. Un después lleno de incertidumbres, principalmente de quienes la rodean ante la inesperada decisión, o no, de ella ante lo sucedido, y del hacerse cargo de algo que nadie esperaba que fuera de esa manera.
La película a través del racconto y el flashback cuenta desde diferentes puntos de vista los hechos, a partir de Paulina, del padre, de algún miembro de la patota, para concluir con imágenes sobre qué pasó antes y después del encuentro violento entre la abogada y el grupo.
Dolores Fonzi es la estrella de la película, con una interpretación que deslumbra desde el primer momento que aparece en escena, porque a través de la contención con la que enuncia cada uno de los diálogos va conformando el espacio ideal para que la propuesta del film, política, emotiva, necesaria, compasiva, nos hable de una urgencia frente a la violencia y una posible vía de escape y de comprensión frente a la misma.