Austero y minimalista melodrama
El prolífico y multifacético Santiago Loza, talentoso director de películas como Extraño, Rosa Patria y Los labios , regresa al circuito comercial con una película que ganó la Competencia Argentina del último Bafici.
Liso (Lisandro Rodríguez) es un joven de clase media-alta que en la primera escena del film sale de una internación en un neuropsiquiátrico. Este personaje border (vive medicado para sostener un muy delicado equilibrio emocional) regresa a la casa familiar con una madre dominante y un padre casi ausente, pero frente a esos dos extremos él parece estar bastante más cómodo en compañía de Sonia, la empleada doméstica de origen boliviano que trabaja en el lugar, y con su abuela, con quien comparte largos paseos en moto.
El atribulado protagonista intenta también conectarse afectivamente (con una ex pareja) y sexualmente (con una prostituta), pero en su interior este muchacho contenido e introvertido no puede alcanzar "la paz" a la que alude el título (también tiene una connotación geográfica que se entenderá apreciando el film). Sólo le quedará estallar, rebelarse a su manera y huir (no conviene anticipar detalles de lo que ocurre en la segunda mitad de la narración).
Loza apuesta una vez más por un cine austero, casi minimalista, para construir un melodrama de cámara, intimista, atmosférico, en el que las observaciones y los pequeños gestos adquieren más valor que la palabra (los diálogos son más bien escasos).
La cámara siempre atenta y precisa de Iván Fund y la rigurosa puesta en escena del director nos permiten seguir el derrotero interno y externo de Liso. Loza lo retrata con honestidad y respeto, quizá por momentos con un poco de sequedad y frialdad (el realizador jamás cae en la demagogia, el subrayado o el exceso), pero incluso en su bienvenida contención y pudor el film ofrece algunos momentos en los que surgen rasgos de alegría, de liberación y de genuina emoción.