La Paz es una búsqueda, un intento de encontrar un lugar en el mundo que pacifique los pensamientos bélicos y atormentadores de Liso (vaya nombre si los hay); un joven treintañero que sale de una internación psiquiátrica y busca estabilizarse en la lujosa casa de sus padres. Liso ya no tiene amigos, perdió a su ex y le es imposible armar lazos con mujeres de su pasado. Los únicos vínculos que lo sostienen un poco, son su adorable abuela y la empleada doméstica, Sonia, un inmigrante boliviana que sigue preservando su cultura y extrañando bastante su país.
El gran trabajo de Santiago Loza es la construcción de sus personajes, que si bien cumplen con todos los estereotipos, a medida que transcurre el relato, estas imágenes se van desvaneciendo y vemos que hay dentro de las cáscaras de estos seres humanos. Liso no es solo un chico rico que tiene tristeza, su madre tampoco es únicamente una veterana estirada frívola que se dedica a la pintura, Sonia es mucho más que ese personaje introvertido, típica de los estereotipos prejuiciosos que tenemos de la comunidad boliviana.