En los confines
¿Cómo reinsertarse en el mismo lugar expulsivo que detonó una crisis a nivel emocional si el deseo no existe? Ese es el dilema que atraviesa Liso (Lisandro Rodríguez), un joven que tras un largo periodo de internación en un neuropsiquiátrico recibe el alta para intentar recomponerse en el seno de su familia –padre ausente y madre sobreprotectora- y así comenzar una nueva etapa en su vida.
Sin embargo, a primera vista el desencanto del protagonista hacia todo aquello que lo rodea marca una frontera entre su mundo y la realidad, umbral que apenas cruza al tomar contacto con su abuela o en alguna charla contenedora con Sonia, la empleada doméstica de origen boliviano que parece entender su silencio y su estado espiritual. Todo contacto con el entorno implica enquistarse y quedar atrapado entre lo que pudo haber sido y no fue, como por ejemplo una relación duradera con una novia (Pilar Gamboa) y el proyecto de tener un hijo, deseo que parece inalcanzable en el presente de Liso tras su recaída que derivó en internación.
¿Cuál es la búsqueda de Liso, entonces? La respuesta no es sencilla teniendo presente la connotación del título de este último opus de Santiago Loza –ganador del último BAFICI- en la ambigüedad de lo que significa La paz porque si el concepto se abstrae o vacía de su significado último se transforma en un lugar, es decir en un espacio geográfico concreto y alcanzable si es que se logra destruir las ataduras con el presente y con el pasado. Bolivia representa aquí el no lugar más que el lugar dado que para el punto de vista del protagonista es ese refugio en el que ninguna mirada lo juzga; donde no existe un Liso medicado o un Liso hijo, sino sencillamente Liso. La connotación en este sentido reafirma la búsqueda del cambio y una vez que las raíces se cortan de cuajo florece algo nuevo.
La cámara a cargo de Iván Fund -también la fotografía- narra desde los espacios que ocupa manteniendo esa distancia necesaria entre los personajes, sin encimarse pero tampoco tan lejos de ellos salvo en los paseos en moto de Liso y su rostro enajenado. Son los reflejos o las expresiones las que dicen más que las escuetas palabras; son las miradas al vacío las que llenan esa atmósfera aciaga, las que atraviesan la quietud de los cuerpos, que en el film ocupan un lugar siempre desde la pasividad, ya sea en la cama, en la posición de tiro o al tomar sol en una reposera.
La paz se estructura en capítulos hilvanados con meticulosa precisión desde un guión no abarrotado de palabras, minimalista, pleno y austero como la puesta en escena para que el in crescendo dramático se construya paulatinamente y así estalle en un clímax realmente inesperado.
Cine de contrastes que encuentran desde la imagen su valor expresivo cuando de la monotonía cromática de esa casa familiar se desplaza a los colores vivos de la fiesta de Copacabana y su danza desprejuiciada y alegre.