El chico de la motocicleta
Vínculos y correspondencias de un joven, casi, sin fe en sí mismo.
“No se puede abandonar todo”, dice Liso. Es la respuesta a su madre, cuando ella se sorprende de que siga fumando. Liso ha ido perdiendo mucho, sino todo; novia, amigos, tal vez fe en sí mismo. Quiere recuperar amores perdidos, como si se pudiera perder lo que no se tuvo.
La paz es una película de relaciones. De vínculos y correspondencias. De cómo Liso (Lisandro Rodríguez), que acaba de salir de una internación psiquiátrica, se lleva -más que nada- con las mujeres. Su madre, su abuela, a la que lleva a pasear en moto, la sirvienta boliviana, una prostituta, su ex novia, otra amiga de la infancia. También con su padre, que cree arreglar todo dándole dinero.
Porque Liso vive en una familia desacomodadamente de clase acomodada. Y son los de afuera quienes advierten su estado de tristeza. Y eso que, como él dice, “Yo estoy mejor, ¿sabés? Estoy medicado”.
Este Santiago Loza que hace expresar en sus obras de teatro a sus protagonistas femeninas de manera muy verborrágica es el mismo que en el cine se muestra más austero. Lo es en La paz, un retrato cálido, nada minimalista en el sentido peyorativo que se le ha dado por tildar a ciertos filmes nacionales del post nuevo cine argentino. Su mirada apunta a las relaciones, a cómo repercuten en Liso y quienes lo circundan.
Son, de nuevo, las mujeres las que le marcan el terreno, con sus actitudes o palabras. “Si no querés trabajar o estudiar me lo tenés que decir. Y si no querés vivir más, también me lo tenés que decir”, le avisa la madre. Tener y querer son dos verbos que a Liso le cuesta conjugar.
Loza construye a sus personajes desde los detalles. En su cine (Extraño, Cuatro mujeres descalzas, Los labios) es así. Liso utiliza una moto para moverse y para relacionarse. Y si un gesto sirve para interpretar una relación, una emoción, vean la mano de la abuela, sentada detrás de su nieto, en pleno paseo con la moto.
Como de costumbre, la marcación de los actores es otra rúbrica del realizador. Loza continúa, antes que construyendo, abriéndonos un mundo, no un universo, en el que él, sus protagonistas y el espectador no somos nosotros sin los otros.