Acierta Santiago Loza con film de tono calmo
Liso recibe el alta médica. Problemas físicos parece que no tiene, a juzgar por el trato cariñoso que le dispensa la enfermera. Lo suyo es mental, por algo que el autor de esta historia, Santiago Loza, no nos explica. Pero nos deja datos suficientes como para que esbocemos nuestro propio diagnóstico.
Afuera están sus padres, cada uno mirando para distinto lado. Ella sigue tratándolo como a un niño, se obsesiona en los recuerdos, quiere consentirlo. El pretende tratarlo como a un hombrecito, y después como a un hombre, que ya tiene edad para trabajar. Por cierto, el muchacho, a quien conocimos mordiéndose las uñas, revisa sus juguetes, anda en moto por el jardín. Se ha tatuado la figura del abuelo, porque el viejo no lo controlaba. Y se lleva bien con la abuela y con la doméstica boliviana, señoras cordiales que no le exigen nada y tampoco le están encima.
Curiosamente, nadie le hace un seguimiento psiquiátrico. Un día tiene un brote. Otro día parece que va a hacer desastres. Por suerte en ambos casos alguna criolla lo reubica con una mínima dosis de un sano remedio manual, que ahora los especialistas políticamente correctos desaconsejan, pero parece que las antiguas culturas ancestrales todavía se practican con buenos resultados. Habría que estudiar ese asunto.
Como sea, el muchacho finalmente mejora. El desenlace es inverosímil pero agradable. Como los paseos con la abuela, la música que acompaña esos momentos, los colores y el tono calmo del relato. Es agradable también la diferencia entre esta nueva película de Loza, y la primera que hizo, "El extraño", 2003, donde un tipo tomaba distancia de la gente, y de todo, y no había paz, ni luz, ni cómo ayudarlo.
Principales intérpretes, bien registrados en primeros planos, Lisandro Rodriguez, Andrea Strenitz (la madre), Fidelia Batallanos (la doméstica). A señalar, Pilar Gamboa y Lorena Vega como las ex novias (una le recrimina, otra lo recibe con precauciones) y Beatriz Bernabé como la abuela. Qué curioso, el mismo apellido de una actriz gratamente recordada, Amalia Bernabé, que a los 18 años empezó haciendo de viejita en el teatro, y terminó a los 87 como la viejita más querida de la TV. Pero ésa es otra historia.