La paz

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

En “La Paz” (Argentina, 2012) el protagonista, Liso (Lisandro Rodriguez), vuelve al mundo “real” luego de una internación en un psiquiátrico. Allí fue contenido por un grupo de especialistas que pudo entender algunas de sus inquietudes y necesidades, pero en el regreso a su hogar, en el que convivirá con sus padres (interpretados por Andrea Strenitz y Ricardo Felix), se siente perdido. No hay nada ni nadie que lo pueda guiar hacia el lugar que en ese retorno necesita.
Santiago Loza es un hábil narrador que hace de la digresión y los primeros planos el motor para contar historias pequeñas, pero que a su vez hablan de temáticas universales. La apatía, los desbordes de índole psiquiátrica, como así también lo efímero de algunos vínculos, interesan aquí y en cualquier lugar en el que sea visionado el film. Los pequeños movimientos de la cámara, casi imperceptibles, transforman la estaticidad de la acción en un nuevo devenir del relato. Tan hipnótico es el resultado que ni siquiera la decisión de estructurarla a través de episodios puede generar una disrupción en la línea de tiempo.
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En “La Paz” Liso deambula como un zombie por los cuartos de su casa, buscando complicidad en su mucama (Fidelia Batallanos Michel), alguien que lo ayudará con pequeños gestos a orientarse, o en las palabras de su abuela (Beatriz Bernabe), con la que compartirá más que un helado. Es en estas dos personas en las que podrá volcar sus necesidades, más allá que su madre lo esperaba con ansiedad. Porque en las palabras y obsequios de ella justamente lo único que hace es transmitirle angustia. Algo que en un momento como el que está atravesando no le ayuda mucho. Liso se escapa de la observación todo el tiempo, buscando su lugar arriba de una moto (reciente regalo).
Pero las cosas no le resultan fáciles. Intenta recuperar a un viejo amor. Es rechazado. Todo lo expulsa. No hay una sonrisa ni capacidad de disfrute en nada. Así una alegría se transforma en un dato más en su memoria. Un encuentro sexual cambia a un acto rutinario casi mecánico, desprovisto de toda libido y pasión. Liso habla con la mucama, comparte momentos con ella en el cuarto, se conocen, la simbiosis es casi espontánea. Esto contrasta con otros momentos con climas opresivos que subrayan la increíble actuación minimalista de Rodriguez, un actor que justamente en la economía de gestos compone el infierno mental que vive Liso sin siquiera parpadear.
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La puesta en duda y juicio de los valores de la clase alta. La reivindicación de la facilidad para juzgar y apoyar al qué dirán son algunos de los puntos de “La Paz”, que además erige un discurso sobre la falta de emoción y vinculación entre los seres humanos, aun cuando se hace tan obvia la necesidad de los mismos. El padre se relaciona a través de las armas con Liso y le exige una pronta definición sobre su futuro inmediato “¿Qué querés hacer vos? Algo tenés que hacer”.
Nunca se detiene a pensar sobre qué lo puede hacer seguir inspirando a su hijo y vivir en “paz”. Porque Loza trabaja en el filme con la idea de paz versus incomodidad, ese es el punto fuerte del filme. Todo el tiempo sus personajes están incómodos y se incomodan, y a su vez nos incomodan, promoviendo y exigiendo una resolución óptima para el estado mental de Liso. No había posibilidad de otro final. “La Paz” es aquel lugar en el mundo en el que volvemos a encontrar nuestro rumbo. Loza lo sabe. Liso también.