La Paz, película de Santiago Loza, tiene una historia convencional, un desarrollo convencional y el final más estándar que uno pueda imaginar. Esto no es, por supuesto, un defecto en sí mismo. Muchos films convencionales son excelentes. La rareza aquí es otra. Loza cuenta algo convencional pero lo cubre con una pátina de cierta sordidez, acercándose –no por error, sino por elección- a sus personajes con ambigüedad y un subrayado excesivo para marcar las relaciones entre el protagonista y su entorno.
El protagonista de La paz acaba de salir de una internación psiquiátrica y se reencuentra con su familia y una ex novia. Esos encuentros, morosos, minimalistas pero obvios, no aportan mucho desde lo narrativo. La falta de ritmo no siempre es sinónimo de arte, esos planos largos que suman poco desde lo cinematográfico, no significan una mirada profunda o compleja. Apenas la relación del protagonista con su abuela alcanza algo de luz, interés y refleja la profundidad del vínculo entre ambos.
Queda claro que se puede contar una historia como a cada director le parezca mejor, no creo que Loza haya intentado algo diferente. Pero también los espectadores tenemos el derecho a cuestionar cuando una película juega en lo que parecen dos direcciones opuestas. Si la búsqueda era hacer una historia convencional, la forma narrativa no ayuda en nada. Y si la idea era explorar un cine diferente a lo masivo, tampoco hay en la puesta en escena y el relato una apuesta de buenos resultados. Para la mayoría de los espectadores La Paz ni siquiera existe, en parte porque tuvo un estreno pequeño junto con otros tres títulos nacionales. Pero para la mayoría de los críticos locales es una buena película. Esta vez me toca estar en minoría entre colegas, deberá cada espectador evaluar por sí mismo que le parece esta película.