La mexicana María Cristina Alemán lo explica muy bien en el sitio web del Festival Internacional de Cine de Morelia. En inglés, la expresión Found footage remite al material audiovisual presentado fuera de su contexto original. A diferencia de las imágenes creadas para una obra en particular, éste es –según dicta la traducción literal– un “metraje encontrado” en algún archivo público o privado, y reutilizado con la intención de resignificarlo.
A esta categoría pertenece la nueva obra de Leandro Listorti, La película infinita. De hecho, el co-equiper de Albertina Carri a la hora de montar la impresionante Cuatreros esta vez amalgamó fragmentos de largometrajes nacionales que quedaron truncos. Por ejemplo, El juicio de Dios de Hugo Fili, Sistema español de Martín Rejtman, La neutrónica explotó en Burzaco de Alejandro Agresti, la versión de Zama que Nicolás Sarquís intentó dirigir tres décadas antes que Lucrecia Martel, la adaptación animada del Eternauta a cargo de Marco Bertolini y Hugo Gil.
A partir de esta propuesta, el realizador, docente y actual titular del área técnica del archivo del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken revierte la suerte adversa que les tocó a esas producciones también llamadas huérfanas: de inconclusas, y por lo tanto sin posibilidad de estreno, a conformar un homenaje singular a la condición imperecedera e inagotable del séptimo arte.
Esta película es tan infinita como el trabajo de archivista. A menos que nuestro país deje de producir cine (a veces agita este temor el devenir del INCAA en manos del actual Gobierno), la obra de Listorti podrá actualizarse ad æternum con la incorporación de fragmentos de nuevos proyectos fallidos para quienes miran el cine bajo una lupa exclusivamente comercial, reveladores para quienes lo entienden como expresión cultural e histórica.
Ante esta versión de 54 minutos de duración, algunos espectadores imaginamos el cuidado que se les dispensó a las cintas encontradas en las instancias de reconocimiento, clasificación, limpieza, reparación, eventual digitalización, montaje. Desde este punto de vista, el trabajo de Listorti resulta tan admirable como aquél que realizó para la mencionada Cuatreros.
Resulta inquietante la proyección de estos metrajes sin el audio original, y en cambio con una mezcla de música, silencios y las voces de Edgardo Cozarinsky y de Rosario Bléfari (que se dobla a sí misma). Como Sergio Wolf en Viviré con tu recuerdo, aquí también algunos espectadores intentamos leer labios, por ejemplo, aquéllos de Ángel Magaña en El juicio de Dios, de Pepe Soriano durante una prueba de maquillaje, de la Coca Sarli en quién sabe qué contexto.
De ésta y de otras maneras, el público participa del esfuerzo restaurador. Por eso, y porque cita a otros autores, la película de Listorti es –además de infinita– una obra colectiva.