¿Cuánto tiempo se puede sostener una mentira? ¿Cuánta gente debe involucrarse en ese encubrimiento para que todo salga como se lo planeó o imaginó? La peor de mis bodas 2 (2019), de Adolfo Aguilar (La paisana Jacinta) intenta, con una propuesta televisiva, y un sentido de la cinematografía nulo, responder estas preguntas y avanzar en el territorio de la comedia popular gracias a la incorporación de figuras reconocidas por el público del país de origen y aledaños.
Retomando la exitosa franquicia iniciada en La peor de mis bodas (2016) el reencuentro con Salvador (Gabriel Soto) y Maricielo (Maricarmen Marín), pero en otra situación, ya casados y en supuesta armonía marital, permiten construir una comedia de enredos a partir de la decisión del hijo de éstos (Thiago Vernal) de conectarse con su abuela Leonor (Laura Zapata) para ayudarlos a salir de un problema económico/judicial.
Al no saber nada esta señora sobre el actual estado civil de su hijo, decidirán, mientras resuelven todo, engañarla, inventar una nueva boda entre ellos y así obtener la suma de dinero que les permitirá recuperar su vivienda y el buen nombre de Salvador, quien ha sido estafado por su socio.
Con personajes satélites que refuerzan, con gags, la idea primera de avanzar en un género, al que se debe tenerle respeto, y aquí no sucede, pareciera que ni el trabajo de cuatro guionistas sirviera para hacer frente a la difícil tarea de hacer reír al público y mantenerlo en vilo hasta el fin del metraje.
Cuando se construye la progresión dramática de una narración, deben tenerse en cuenta no sólo la popularidad de las figuras que lo componen, sino que se debe responder con solvencia y responsabilidad a un momento en el que el espectador ha elegido compartir parte de su tiempo y dinero en una película.
Con el afán de llenarse los bolsillos, muchas veces, estas coproducciones, híbridos de culturas diferentes, que sólo comparten el idioma y el recuerdo de algún producto televisivo que ha traspasado fronteras, terminan por subrayar diferencias, potenciar estereotipos y recaer en lo peor del humor de los últimos 40 años, que atrasa y disgusta.
Así, se incorpora a un amigo “gay”, que debe ocultar su verdadera identidad sexual ante la recién llegada, o debe también mentir en un casting para poder triunfar como actor, se presenta al dueño de un club de strip tease como un mafioso lleno de dinero y éxito, y se utilizan a dos personajes para aparentar tener servicio doméstico y burlarse de ello.
Las diferencias de clase se profundizan en un tipo de cine que otrora también solventaba su fuerza en figuras televisivas y en el clásico romance entre diferentes estamentos sociales para construir ese derrotero imposible de la heroína y el galán. Aquí, supuestamente, la protagonista, Maricielo, es una emprendedora, pero por momentos es dibujada como una ignorante, incapaz de entender conceptos judiciales, a su vez que, a Salvador, el galán, se le exacerba el costado más superficial, amparándose en su físico y llevándolo, por ejemplo, a hacer un streap tease delante de su madre.
Referencias locales, duración excesiva, y una anécdota que se agota rápidamente y que sólo saca alguna que otra sonrisa por acumulación, hacen de esta propuesta un fallido acercamiento a la comedia, y que inentendiblemente apunta a tradicionalismos y arcaísmos para profundizar su mirada misógina sobre las relaciones, el rol de la mujer en la sociedad, el lugar de los adultos mayores en ella, repitiendo fórmulas y gags para silenciar su total falta de originalidad y que, a excepción del oficio de Laura Zapata, el resto del elenco no hace otra cosa que repetir un guion vacío sin pasión ni interpretación.