Karin Albou construye su película con una sensibilidad notable.
En Sarcelles, un barrio de los suburbios de París, se asienta una gran comunidad judía, constituida por inmigrantes llegados durante los últimos 70 años. Entre ellos, vive una familia compuesta por la madre viuda, sus dos hijas, y el marido e hijos de una de ellas. Matilde es la mujer casada, y Laura la joven soltera.
Como contracaras una de la otra, ambas han sido formadas en la rigidez de la ley y el mandato. Matilde descubre que su matrimonio tiene serios problemas, y en la tradición busca los caminos de la solución. Laura, enamorada a su vez de un joven árabe, compañero de trabajo, descubre que su opción solo encontrará salida fuera del contexto de la ortodoxia.
El principal mérito de la trama es la falta de todo dogmatismo. Ambas mujeres se encuentran en disyuntivas que, más allá de tener origen en las relaciones amorosas, ponen en duda toda su formación previa, en el marco del orden religioso. Sin embargo, estos conflictos pueden encontrar sus resoluciones tanto dentro como fuera de tales prescripciones. Serán las mujeres, con sus deseos y convicciones (más allá de cómo la propia subjetividad haya sido constituida), quienes encontraran el camino a seguir.
En La pequeña Jerusalem importa el contexto. Las familias (tanto la de Matilde y Laura, como de su novio árabe), el barrio judío, el racismo, la condición de clase. Así se convierte en un pequeño relato acerca de las cuestiones personales enraizadas en el complejo de la realidad, que las construye y condiciona. Atrás, casi con sordina, puede intuirse la historia y con ella, los dolores de la segregación que sufrió el pueblo judío, las separaciones étnicas absurdas que parecen provenir de la eternidad y la condición de clase de los trabajadores en los márgenes de la Francia próspera.
Es el tono medido, el erotismo ajustado, un marcado trabajo del realizador para evitar el drama descontrolado, lo que hace de esta película, una bella e inteligente pieza cinematográfica. Lo criticable, aparece en los momentos que desaparece tal sutileza, y en la relativa facilidad con la que los personajes toman sus decisiones o cambian sus actitudes de años. Karin Albou construye su película con una sensibilidad notable, y esto, que no es poco, se nota en cada plano de la película.