Mirada humanista del judaísmo y del mundo desde una perspectiva femenina
Esta, se podría decir, es una realización de cámara, tanto desde concepto musical, la estructura del guión, y los aspectos técnicos en relación al manejo del dispositivo fílmico (llamado también cámara, pero no quería ser redundante)
Desde la percepción “musical”, habría que aclarar que si bien en este tipo de composición se realiza para un número reducidos de instrumentos, toma su nombre durante el periodo barroco, pero se divide en dos tendencias, la religiosa y la profana, (al igual que el filme muestra estos dos mundos), esta última originalmente no se ejecutaba en público y suponía un estilo más privado.
En relación al guión, y equiparándolo a la melodía, cada instrumento, (personaje en el film) ejecuta una parte diferente de la partitura, pero cada ejecutante tiene la posibilidad de observar y ser observado por todos los componentes de la orquesta. No es un concierto, pues no hay concertación, no hay una posibilidad de ponerse de acuerdo, pero lo que uno haga no es inocuo en el otro.
Por ultimo en lo específicamente cinematográfico, esgrimiendo el dispositivo en mano, utilizando planos muy descriptivos, o extendidos primerísimos primeros planos, un manejo de la luz y el color con enérgica insinuación espacial, la directora consigue plasmar un texto fílmico que ostenta un tejido tierno y una estética no sólo intimista sino a la vez minimalista.
Las tramas y el argumento se tornan individualmente subyugantes, gracias a la fascinación que produce además de los actores elegidos sino de la química existente entre ellos que se traslada a la pantalla. En particular, las mascaras, sobre todo de las dos protagonistas, el exotismo de Fanny Valette (Laura), que emite una profundidad de reflexión que expresa, por un lado, perturbación interior y, por otro, las vacilaciones filosóficas en cuanto a las forma de vivir. También su hermana Elsa Zylberstein (Mathilde), a quien conocimos en “Hace Mucho Que Te Quiero” (2008), aunque este filme sea anterior, presta su rostro para construir un personaje entrañable, querible y a la vez conflictivo.
El argumento gira en torno a estas dos hermanas de una familia judía sefardí que vive en un barrio a las afueras de París, Sarcelles llamado también, “La pequeña Jerusalén” por los muchos inmigrantes judíos que allí viven.
Laura es una estudiante de filosofía de 19 años fascinada con la visión racional de Kant, la cual choca con las creencias de la fe judía en la que fue educada. La otra es Mathilde, casada, madre de cuatro hijos y devotamente religiosa.
Ambas mujeres se encuentran en medio de una encrucijada en sus vidas: la primera, al abrir los ojos desde sus estudios sabe que hay otra forma de entender la vida y el mundo, para colmo se enamora de un joven musulmán que trabaja junto a ella como conserje. Se le agrega entonces una pequeña versión “aggiornada” de “Romeo y Julieta”, muy justificada desde el discurso que trata de implementar la realizadora, pero no tanto en función dramática.
La hermana mayor, transforma en certeza una duda, comprueba que su esposo le está siendo infiel, la razón directa es la imposibilidad de acceso a una sexualidad placentera, por lo cual ella no se satisface sexualmente, ni le permite a su marido hacerlo con ella. Además su madre está presente en todo momento ya que comparte la vivienda. Laura se enfrenta entonces al rechazo de su familia y su comunidad mientras que Mathilde se debate entre sus convicciones religiones y la necesidad de cambiar su aproximación a la intimidad conyugal para recuperar a su esposo. Todo esto reducido al ámbito privado, la acción transcurre en el 2002, en el exterior, en la vida social, en lo cotidiano, tiene lugar una ola de antisemitismo, con sinagogas quemadas y personas judías atacadas por sujetos enmascarados.
El film termina siendo una mirada humanista del judaísmo y del mundo desde una perspectiva femenina, pero al mismo tiempo un deseo de lograr la convivencia en paz entre árabes y judíos.
Una obra que lleva a la reflexión.