Producida por Álex de la Iglesia, esta película escrita y dirigida por el joven Eduardo Casanova es un particular retrato sobre los límites del amor y la Dictadura, un paralelismo provocador que construye con solidez. Una rareza de las que no abundan.
En la casa donde Libertad y Mateo viven encerrados, alejados del frío y gris mundo exterior, todo luce limpio, pulcro, prolijo. El color rosa predomina en cada rincón y detalle, como en una fantasía de Hello Kitty. Cuando Lili se entera de que su joven hijo tiene un severo caso de cáncer cerebral, le sirve para continuar con más razón que nunca su sobreprotección y al mismo tiempo siembra en ella el miedo a tener que separarse. Ahora más que nunca él necesita de ayuda y allí está ella, siempre dispuesta a ser dos. Al mismo tiempo, Mateo, que ya no es un niño pero siempre es tratado como tal, empieza a cuestionarse su realidad y a ansiar conocer un poco más de lo que hay afuera.
«Ella es como el Sol. Si te alejas, te congelas. Si te acercas, te quema. Pero la necesitas». Ángela Molina se entrega a estar mujer siempre dispuesta amar pero de manera posesiva. En ella el deseo de la maternidad pasa por tener a alguien que siempre la necesite. La construcción de esta dinámica familiar se completa con la ausencia del padre.
Pero La piedad no se queda sólo en esa idea, sino que la espeja con otra muy llamativa: la de la Dictadura Militar totalitaria en Corea del Norte. En el medio se intercala una historia que sucede allí, de quien madre e hijo a veces se enteran por los canales de noticias, y que tiene a un dirigente capaz de envenenar a sus habitantes por el solo hecho de controlar la población. Un lugar donde la gente no puede salir y aseguran que se vive de manera feliz.
Este paralelismo puede parecer algo burdo en un principio pero Casanova lo hace funcionar a medida que la historia se sucede. La falsa sensación de seguridad y protección que le brinda Kim Jong-il es la misma que Libertad le brinda a su hijo. La trama puede parecer simple pero lo que le pasa a estas personas, tanto emocional como corporal, es de otra intensidad.
Casanova también le brinda mucha importancia a la imagen. Por un lado, tiene una estética artificial y súper cuidada que recae en una dirección de arte exquisita. Por el otro, busca provocar con imágenes potentes y peculiares para narrar momentos ordinarios como una madre orinando para hacerse un test de embarazo o dando la teta. Es claro que hay una fuerte intención de llamar la atención, de perturbar y lo consigue. También que todo tipo de provocación indefectiblemente polarizará al público.
Imposible de clasificar, en La piedad hay humor, horror, melodrama, secuencias musicales (este aspecto quizás deja con ganas de que haya sido más explorado, sobre todo con la presencia de Macarena Gómez)… Un rejunte de ideas tanto visuales como narrativas pero que consiguen convivir en armonía, siempre apostando a un registro excesivo y absurdo al que hay que permitirse entrar. Ángela Molina brilla una vez más, aquí como esta madre tóxica que construye junto a su hijo su propia realidad.