ROSEBOX
En la piel de un ex deportista, el tema de los recuerdos es sin dudas algo clave: la vida útil de un deportista tiene una fecha de caducidad, algo que no se da en ninguna otra actividad pública donde a lo sumo lo que puede determinar un cierre es la falta de creatividad o la limitación del talento. Por eso, la posibilidad de indagar en ese tremendo espacio off que es el después de la fama, en mirar la forma en que se mira el pasado de gloria, es algo sustancioso, y el director Hernán Fernández lo aborda con criterio y sensibilidad en La piel marcada, documental que se centra en la figura del ex campeón mundial de boxeo Sergio Víctor Palma, quien actualmente padece la inmovilidad con la que un accidente cerebro-vascular mermó la actividad de su cuerpo.
Un detalle: Palma sí tuvo el origen que tienen la mayoría de los boxeadores, de humildad y pobreza, pero a contrapelo del lugar común nunca se convirtió en un tipo arrogante o en un ser autodestructivo. Incluso, una vez retirado perfiló por el mundo de la canción y la escritura de poesía. Tal vez por eso, el destino le tenía guardado un doble impacto: primero un fortísimo accidente automovilístico, luego los problemas de salud mencionados anteriormente. Es como si no hubiera escapatoria al camino trágico de esos héroes populares. Y el Palma que aparece ante la cámara de Fernández es un tipo que añora, que recuerda, porque básicamente su cuerpo lo condenó a ese reflote constante de viejas epopeyas. La piel marcada trabaja aquellos momentos del pasado, los que hicieron del personaje alguien destacado en el mundo, desde el relato oral del propio protagonista o desde los archivos audiovisuales. De hecho es muy emotivo ver al Palma sesentón viendo al Palma joven, deportista, luciéndose en el ring.
Si hay elementos en el documental que permiten el retrato de vida, el repaso de episodios históricos, el reconocimiento al ídolo deportivo, indudablemente la materia con la que están hechos los recuerdos se terminó convirtiendo en el leitmotiv principal. Fernández los piensa a partir del propio punto de vista del ex boxeador: como una chapita que uno va a buscar al fondo del mar y que nunca logra conseguir. Palma hace referencia a ese oleaje que empuja y empuja hacia el fondo, cada vez más, insondable. Y la película lo recrea a partir de planos del protagonista observando, mirando por ventanas que vaya uno a saber a dónde conducen. Aparecen también elementos evocativos, como esos copos de algodón de la cosecha en el Chaco a donde el protagonista quisiera alguna vez regresar.
También hay cosas que no funcionan del todo en la película, como ese relato en paralelo de un pibe que sueña con ser un gran boxeador y al que vemos en sus incipientes pasos amateur. Lo que importa es la claridad del protagonista, la manera en que se cuenta a sí mismo con sus dudas y certezas sobre lo que fue. Y también, claro, la incógnita que es ese futuro enorme que le queda por vivir. Como el Charles Foster Kane de El ciudadano, este Palma sueña con ese Rosebud (aquellos copos de algodón) que lo conducen invariablemente al pasado, a la niñez feliz aún en las limitaciones. Fernández logra un retrato impensadamente sensible, y lo hace exprimiendo totalmente la dosis de tristeza y melancolía que el personaje habilita desde su mirada taciturna. Como no podía ser de otra forma, La piel marcada termina con un plano de Palma mirando el horizonte.