El Moderno Pigmalión
Luego de más de veinte años, Pedro Almodóvar vuelve a unir fuerzas con su musa masculina Antonio Banderas en La piel que habito (2011), adaptación de la novela Mygale de Thierry Jonquet atravesada por “el toque almodovariano”: sensibilidad kitsch, revisionismo del género y una compleja trama enraizada en la perversión interna de sus personajes y las relaciones de deseo y repulsión entre ellos.
El Doctor Ledgard (Antonio Banderas), el cirujano estético más codiciado de Toledo, opera en su clínica privada El Chaparral. Tiene una sola paciente, Vera (Elena Anaya), encerrada en un cuarto, confinada en un traje que protege su frágil piel. El ama de casa, Marilia (Marisa Paredes), vela sobre sus vidas con la férrea diligencia que Almodóvar suele dotar a sus mujeres: abnegadas al bienestar de los otros, pero siempre con una actitud sardónica que delata una esclavitud voluntaria.
La muerte de su mujer Galatea ha castrado emocionalmente a Ledgard, que pasa sus días cual Frankenstein agazapado en su laboratorio, experimentando con la transgénesis y desafiando la bioética para crear un tipo de piel artificial que podría haber salvado a su mujer. Su nueva Galatea es Vera, y Ledgard literalmente esculpe a la mujer de sus sueños cual moderno Pigmalión.
Un inesperado giro melodramático deviene en crimen y, a través de un flashback se vuelve a la génesis de un primer crimen, que transformará a Ledgard de un prometeico doctor a un faustiano científico loco, corroído por rencor, lujuria y venganza. Eventualmente se volverá al presente, donde nuestra percepción de los personajes cambiará por completo hasta el mismísimo clímax de la historia.
En un film sobre la piel, nada es lo que aparenta. La piel que habito es uno de los thrillers más logrados de sus tiempos y otro punto cúlmine en la carrera de Almodóvar. Compuesto de estilemas genéricos tomados del horror, el melodrama y el noir, está vivo y aterra por su estudio de sus retorcidos personajes, sin caer en exhibicionismos sangrientos y sustos descartables. Los tres protagónicos dominan sus escenas y confieren a esta grotesca historia un nivel de verosimilitud espeluznante.
Almodóvar siempre ha reforzado el mito de que todos sus films tienen algo de autobiográfico, y como la Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, probablemente éste sea uno de sus films más personales. Pocos directores pueden ostentar un estilo propio que ha patentado códigos actorales, puestas en escena, dirección artística y fórmulas de guión. Almodóvar ingenia una película propia y auténtica, digna de un autor.