Ya se sabe que con Pedro Almodóvar detrás de cámaras uno nunca se puede estar demasiado cómodo, ni tampoco permanecer indiferente a lo que nos muestra en pantalla. Podrán gustarles sus películas en mayor o menor medida, pero si hay algo seguro es que eso que verán será diferente a todo. La piel que habito es la primera colaboración del director con Antonio Banderas en 21 años luego de Átame y déjenme decirles que la dupla volvió a lo grande, con un film impecablemente ejecutado que va construyendo la historia lentamente hasta volarnos la cabeza con un giro de trama tan perverso como shockeante, que uno tarda el resto de la película en asimilarlo. Impactante, bizarra, cruda y brillantemente actuada, la última película de Almodóvar es más aterradora que cualquier entrega de El juego del miedo por una única y simple razón: es espeluznantemente real.
“Nuestro rostro nos identifica, nos distingue de los demás”, esas son las primeras palabras del cirujano plástico Robert Ledgard (Antonio banderas), quien obsesionado luego de que su esposa muriera a causa de graves quemaduras, ha inventado un nuevo tipo de piel más resistente que lo natural. Para este nuevo descubrimiento hizo falta un conejillo de indias llamado Vera (la bellísima Elena Anaya), quien reside hace seis años en contra de su voluntad en la mansión “El cigarral”, propiedad de Ledgard. A pesar de que la experimentación en humanos está prohibida por la ley, para el Doctor Ledgard los escrúpulos nunca representaron un problema ya que pone su obsesión por encima de todo. Es por eso que vemos a Vera en un traje ajustado que es como una segunda piel, aparentemente acostumbrada al cautiverio. ¿Pero, quién es? ¿Cómo llegó allí? Y la pregunta más importante: ¿por qué ni siquiera intenta escapar? Vera es un interrogante en sí misma, una pregunta cuya respuesta Almodóvar irá develando sutilmente y con maestría.
Todo este misterio se acrecienta cuando nos enteramos que el rostro de Vera es igual al de la esposa de Ledgard y que además la cautiva desarrolló una especie de síndrome de Estocolmo al enamorarse de su captor. Luego de tomarse un buen tiempo para introducirnos a los personajes, la historia nos remite seis años atrás y nos muestra algunas de las causas de porqué Robert se convirtió en un monstruo al vengar la muerte de su hija. Este flashback no solo es la respuesta a todo sino que lentamente va jugando con el público, dándole pequeñas pistas que conducirán a una aterradora conclusión. Esta conclusión quizá podrá resultar previsible para algunos pero resulta tan descabellada que muy pocos se atreverán siquiera a pensarla, un giro de trama que dará que hablar durante mucho tiempo tal como pasara con aquel de Sexto sentido.
Aquí Almodóvar utiliza la piel como metáfora de lo que nos protege, nos define y nos da identidad, esa identidad que Vera luchará por no perder, mientras que Robert lucha con su enfermiza obsesión. Esto sumado a la utilización de los constantes espacios cerrados genera una atmósfera asfixiante como el tono de la historia. Además, las interpretaciones del dúo protagónico son perfectas cuanto menos: Banderas compone un personaje complejo y con muchos matices, pero la que se destaca es Elena Anaya con el papel más difícil del film, una mujer en apariencia sumisa pero que es una sobreviviente nata que hará lo que sea para recuperar su libertad.
La piel que habito es uno de los filmes del año gracias a una narración perfecta a la que no le hace falta demasiado diálogo para trasmitir lo que sienten sus personajes. Almodóvar enciende una mecha que se va consumiendo lentamente hasta hacer implosión en el momento justo y de la mejor manera. Una película que dura más de lo que se puede ver en pantalla, ya que los espectadores estarán digiriéndola mucho tiempo después de que salgan de la sala.