Antes de siquiera comenzar a contarles algo sobre Thor: Un mundo oscuro, debo confesar que lejos estoy de ser un admirador de la primera película del Dios del trueno. A pesar de los admirables esfuerzos que Kenneth Branagh realizara en 2011, convengamos que Thor es el Avenger más complicado de “vender”: empecemos por el hecho de que es un Dios y que además la mitad del film transcurre en su mundo natal, Asgard, algo con lo que el público seguramente no podrá identificarse. Teniendo todo eso en cuenta, mi acercamiento a la secuela fue por demás cauteloso pero, afortunadamente, esta nueva entrega logró sorprenderme para bien gracias a una historia mucho más entretenida y dinámica que no carga con el peso de tener que contarnos quién es el personaje. “Algunos creen que antes del universo no había nada. Pero se equivocan. Había oscuridad y ha sobrevivido”, reza el diálogo de Odín (Anthony Hopkins). El prólogo del film nos cuenta que hace mucho tiempo atrás los Elfos Oscuros, liderados por Malkeith (Christopher Eccleston), libraron una batalla contra Asgard para apoderarse de una poderosa arma llamada “Aether”, que tenía el poder de destruir el universo entero cuando los nueve reinos estuvieran alineados. Pero el ejército de Asgard frustró los planes de Malkeith, quien huyó y luego escondieron el Aether donde nadie pudiera encontrarlo. Volvemos al presente y vemos a Thor (Chris Hemsworth) muy ocupado poniendo orden en los nueve reinos. El Dios del trueno parece estar en su mejor momento: comienza a ganarse la admiración de su pueblo y hasta se prepara para suceder a su padre en el trono de Asgard, aunque la felicidad no es completa por no poder contar con su amada Jane Foster (Natalie Portman). Mientras tanto en la Tierra, Jane, gracias a unas alteraciones en la física causada por el alineamiento de los nueve reinos, liberará un antiguo mal que provocará una cadena de eventos que permitirán el regreso de Malkeith para terminar lo que alguna vez comenzó. Para evitarlo, Thor deberá unir fuerzas con su carismático medio hermano Loki (el genial Tom Hiddleston), quien a su vez se sabe que puede traicionarlo en cualquier momento. A diferencia de la primer película, Thor: Un mundo oscuro se desarrolla más en la Tierra que en Asgard, más precisamente en Londres, que cumplirá un rol decisivo en la historia (léase el escenario de la gran batalla final). Sin embargo, el poco tiempo que pasamos en el mundo de Thor lo disfrutamos gracias a un increíble diseño de producción que combina lo nórdico-medieval con lo más avanzado de los mundos futuristas creados por la ciencia ficción. Aquí el director Alan Taylor se da el lujo de no escatimar en gastos para introducirnos en un mundo mucho más rico desde lo visual al que a uno le da pena que lo destruyan en solo un par de escenas. Más allá de una historia atractiva, los grandes efectos y todo el humor que suele imprimirle Marvel a sus productos, la película se resume a la tirante/cariñosa/complicada relación entre Thor y Loki. Como buenos hermanos (o peor aún, medio hermanos) ambos tienen su duelo retórico e ideológico durante gran parte de su tiempo juntos en pantalla y, a nivel narrativo, es un gran acierto obligar a Thor, forzado por la coyuntura de lo que sucede, a hacer esta alianza que en cualquier momento puede jugarle en contra. Ahora que Loki ya no es el villano principal, Tom Hiddleston despliega todo su carisma y demuestra por qué, aunque suene paradójico, es el villano más querido de todo el universo cinemático Marvel. Por si a esta altura todavía queda algún trasnochado que no sabe que debe quedarse para los títulos finales y no salir huyendo de la sala esto es para él/ella. Thor: Un mundo oscuro tiene la particularidad de ser la primera película de Marvel en contar con dos escenas durante los títulos finales aunque, por supuesto, una es mucho más importante que la otra: sin spoilear nada debo decir que la escena más relevante presenta a un personaje (un villano) que veremos en Guardianes de la galaxia, el cual recibe un objeto muy importante para él. La segunda, mucho menor en importancia, ocurre entre Thor y Jane Foster y se trata de darle un cierre a algo que había quedado pendiente durante el film. Thor: Un mundo oscuro, afortunadamente, supera a su predecesora en absolutamente todos los aspectos al ofrecer una historia dinámica y entretenida en todo momento. Pero lo más importante es que, en vez de mostrarnos un mundo diferente, nos muestra qué es lo que lo hace único dentro del universo Marvel.
Salvo honrosas excepciones, las comedias románticas tienden a seguir una fórmula predeterminada. Pero, por suerte, Cuestión de tiempo no entra en esa categoría, no solo por contar con otros recursos narrativos sino porque además termina siendo mucho más que una simple historia de amor. El director y escritor Richard Curtis (Notting Hill, Realmente amor) vuelve a poner en juego todo su talento para crear relatos únicos y aquí también le añade algo de drama y un elemento fantástico como el del viaje en el tiempo, tema fundamental de un film que explora la clásica fantasía de revivir el pasado personal y sus consecuencias. Dicen por ahí que la vida es la suma de nuestras experiencias, buenas o malas, pero ¿qué pasaría si pudiéramos revivirlas y modificarlas a nuestro antojo? Al cumplir 21 años, Tim (Domhnall Gleeson) se entera por medio de su padre (Bill Nighy, tipo cool si los hay) que todos los hombres de su familia tienen el extraño don de viajar en el tiempo. Las reglas son simples: ir a un lugar oscuro como ser un placard, cerrar los puños y pensar a qué lugar y a qué momento se desea viajar. Además, para evitar el “Efecto Mariposa”, Tim solo podrá modificar eventos de su propia vida (“No puedes ir y matar a Hitler”, explica claramente el personaje de Nighy). Su padre utilizó este don para cultivarse y leer novelas clásicas repetidas veces, pero Tim utilizará el suyo para intentar conquistar a la chica que quiere, obviamente. El primer intento con la amiga de su hermana le deja una dura pero valiosa lección: a pesar de contar con un don increíble, este no puede lograr por sí mismo que alguien se enamore de él. Sin embargo, para bien suyo conoce a la encantadora Mary (Rachel McAdams), a quien logra conquistar luego de un ingenioso uso de su habilidad aunque, para ser justos, puso mucho de él para lograrlo. Desde el principio de su relación con Mary, Tim viajará una y otra vez al pasado para enmendar pequeños errores y así tratar de estar lo mejor posible con ella, pero deberá tomar decisiones difíciles en situaciones que están mucho más allá de su control y que ni siquiera su don puede corregir. Cuestión de tiempo se disfraza de una típica comedia romántica pero con un buen giro de tuerca. Todos nos preguntamos alguna vez “¿qué habría pasado si hubiera hecho tal o cuál cosa?”. ¿Y si hubiera dicho o hecho algo diferente? ¿Y si hubiera estado en el lugar y momento correctos? Todas estas preguntas que alguna vez nos hemos hecho, Curtis las aprovecha al máximo en pos de crear una historia ingeniosa: la vida de Tim podría ser perfecta debido a su habilidad pero el director se las arregla para equilibrar la balanza con cuestiones no tan agradables, además de nunca olvidarse de brindarnos buenos momentos de humor así como tampoco faltarán los emotivos. Una buena historia no es nada sin buenos intérpretes que le den vida y de eso hay de sobra en este film. Curtis reúne un gran elenco británico donde el personaje principal de Domhnall Gleeson y Bill Nighy demuestran una química impresionante como padre e hijo en pantalla. Rachel McAdams tampoco se queda atrás y brinda una actuación muy creíble por la manera orgánica y natural que interpreta a esta chica de ensueño para más de uno. Tom Hollander también está muy bien como ese dramaturgo de mal genio amigo del protagonista y, por último, también veremos en una breve aparición al desaparecido Richard Griffiths (aquel malvado tío Vernon de la saga “Harry Potter”). Todos ellos hacen que la historia sea aún más disfrutable y hacen más queribles a sus personajes. Los hombres de Cuestión de tiempo no utilizan su increíble don para adquirir mayor riqueza ni poder (algo que tranquilamente podrían hacer), sino que por el contrario lo dedican a enriquecer sus vidas en otros aspectos para que luego de tanto viajar para enmendar el pasado puedan disfrutar de un gran presente. Y creo que el mensaje radica justamente en ese concepto: no hace falta tener esos poderes para disfrutar del aquí y ahora, solo la voluntad de hacerlo.
En el vacío del espacio no hay oxígeno, no se trasmite el sonido y podemos congelarnos en cuestión de segundos. En resumen, es un ambiente hostil e impiadoso que, a pesar de la majestuosidad del paisaje que ofrece, no está destinado para que el ser humano pueda sobrevivir. Aquí el director Alfonso Cuarón explota al máximo nuestros peores miedos en cuanto a la vida en el espacio y todo lo que puede salir mal, saldrá mal, poniéndonos los nervios de punta. El film nos deja inmersos en un thriller de supervivencia con un realismo muy respetuoso de cómo funciona la física en dicho ambiente, además de contar con una factura técnica impecable, que dará que hablar por un largo tiempo. Así es Gravedad, una de las películas más importantes del año. La misión de la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) y Matt Kowalsky (George Clooney) parece simple: instalar un nuevo equipamiento para mejorar el telescopio Hubble. Stone es una astronauta novata con solo algunos meses de entrenamiento, mientras que Kowalsky es un veterano experimentado que se siente cómodo con lo que hace (de hecho nunca perderá la calma incluso ante la más extrema de las situaciones). Pero la tranquilidad de la misión se verá alterada cuando los restos de un satélite ruso, que viajan a gran velocidad, pongan en grave riesgo la vida del personaje de Bullock dejándola a la deriva en la enormidad del espacio. Con respecto a la construcción del relato, es increíble como Cuarón logra una historia tan atrapante con solo dos personajes en pantalla (más alguna intervención circunstancial del gran Ed Harris, quien es la voz de “Houston”). La película arranca con un plano secuencia (una toma sin cortes) de cerca de 20 minutos donde el director se apoya sobre tres únicos pilares: la gran actuación de sus intérpretes, el brillante manejo de cámaras y la música incidental de Steven Price que brinda un clima y una tensión inigualables. Eso es todo lo que le hace falta a Cuarón para quitarnos el aliento y ponernos expectantes durante el resto del film. Solo 20 minutos. Gravedad tiene la incomparable cualidad de lograr ponernos literalmente en el traje de Bullock: nos falta el aire cuando a ella le falta el aire y sufrimos (o intentamos esquivar) cada resto de satélite que se acerca. Es que la película, en parte gracias al 3D, logra meternos en la piel del personaje y sumergirnos en su sufrimiento, en su lucha por sobrevivir cueste lo que cueste. Por supuesto, nada de esto hubiera podido sostenerse sin la tremenda interpretación de Sandra Bullock, sobre cuyos hombros descansa gran parte de lo que sucede en la historia. Durante gran parte del film, su personaje intenta aferrarse a lo que sea y está permanentemente al borde la muerte, pero Bullock le agrega a esa desesperación lógica otros componentes que evitan que se convierta en algo unidimensional. Otro factor importantísimo que hace al film lo que es recae en el aspecto técnico: ya mencionamos el gran manejo de cámaras pero sería muy injusto no mencionar el soberbio trabajo del Director de fotografía Emmanuel Lubezki, que ya había trabajado con el director en “Niños del hombre” y a quien ya habíamos disfrutado en otra película técnicamente perfecta como “El árbol de la vida”. La Tierra nunca se vio tan espléndida y eso es gracias a él. Otra clave para sumergirnos y sentirnos parte del film es el 3D, que en algunas películas bien podría no estar y no hacer ninguna diferencia, pero aquí sí tiene razón de ser y ayuda a meternos mucho más en la historia. Gravedad no solo es épica y majestosa en su factura, sino que conjuga a la perfección el drama humano más profundo con un espectáculo imponente donde tampoco falta la acción. Es así que todo adjetivo, por más grandilocuente, queda chico… Al igual que una simple persona flotando en la vastedad del espacio.
Justo cuando uno empieza a desencantarse y mirar con mala cara al género de terror. Justo cuando uno espera otra decepción, por suerte aparecen pequeñas gemas como Cacería macabra para renovar la fe en este tipo de películas. El film de Adam Wingard, quien formó parte de la vuelta de tuerca a las películas con “found footage” en Las crónicas del miedo 1 y 2, inyecta aire fresco al género con una historia ágil, personajes interesantes, humor negro y, sobre todo, muertes muy creativas. De esta manera logra un relato excitante y entretenido el cual no tenemos ganas de perder de vista en ningún momento y termina por redondear el mejor exponente del género en lo que va del año. La primera escena de Cacería macabra plantea el tono de lo que vendrá a continuación: un misterioso hombre, con el rostro cubierto por una máscara de oveja, asesina a sangre fría a una pareja y deja el título original del film (You’re Next) escrito con sangre en un vidrio. Esta escena de apertura también podría tomarse como homenaje a Scream, ya que resulta muy parecida a esas con las que Wes Craven solía abrir cada nuevo capítulo de la saga. Acto seguido, vemos como Crispian Davison (A.J. Bowen) y su novia Erin (Sharni Vinson) se dirigen hacia una casa de campo con motivo de festejar el 30mo. aniversario de casados de los padres de él. Incluso Crispian desliza un comentario sobre su familia al reconocer que son “algo extraños” sin saber el horror y la masacre que les espera a muchos de ellos. Más tarde, luego de las presentaciones de rigor respecto a nuevas novias y demás cuestiones, surgen rispideces entre los miembros de la familia a la hora de la cena. Pero la acalorada discusión se corta cuando uno de los invitados resulta asesinado de un flechazo. Por un instante todo es confusión hasta que Erin, nuestra heroína, toma control de la situación y logra llevar al resto de los comensales a un lugar seguro, al menos por un rato. Es en ese momento que la familia toma conciencia de que está a merced de un asesino (quizás más de uno) y que, por su forma de actuar, saben que nada se ha dejado al azar: la casa está ubicada lejos de toda civilización y las comunicaciones con el mundo exterior han sido cortadas. Ya mencionamos que Wingard le imprime mucho ritmo a la historia, pero también cabe destacar lo realista que resulta el escenario (al menos lo más realista posible para tratarse de una obra de ficción). Como dijimos, la casa está en medio de la nada. No hay vecinos a los que acudir y las comunicaciones para pedir auxilio no son una opción, dejando a la familia totalmente aislada y a merced de los asesinos. A esto hay que agregarle una casa (casi un personaje más) con grandes ventanales que crean puntos francos de tiro desde virtualmente cualquier lugar. Además, ni los personajes ni los espectadores saben a ciencia cierta cuántos psicópatas hay ahí afuera esperando a matarlos, una buena jugada desde lo narrativo ya que el público irá atando cabos al mismo tiempo que los personajes y jamás le da ventaja al espectador en cuanto a ese aspecto. Otro punto clave para hacer creíble a la historia reside en el personaje de Erin (Sharni Vinson). Esta no es la típica chica que logra escapar del asesino por medio de un golpe o patada circunstancial, o por simple obra y gracia de la suerte: el guión la plantea como una sobreviviente nata (cosa que se encarga de explicitar en el diálogo). De esta manera se rompe cierto paradigma del género y sabemos que todo lo que vemos no es producto de la casualidad sino de la experiencia de vida de Erin. Y por sobre todo, esos condimentos hacen que nos importe el bienestar del personaje y que se destaque del montón. Wingard también aprovecha para jugar con los clichés del género utilizándolos a favor de la historia al transformarlos en humor y hasta por momentos no tomándose demasiado en serio lo que allí sucede. Por otro lado, organiza las escenas de masacre con gran oficio hasta llegar a la que será una de las muertes más memorables de los próximos años sobre la cuál solo adelantaré que involucra un electrodoméstico. Por último, incluye un interesante giro de trama que agarrará desprevenido a más de uno y a partir de allí cambiará toda nuestra percepción de la historia. Pero lo interesante es que esa gran revelación sucede bastante tiempo antes del final y aún así la película jamás pierde fuerza en lo absorbente que es el relato. Cacería macabra es la mezcla perfecta de terror, acción y gore con un toque de humor negro para aliviar, aunque más no sea, tanta matanza. Jamás comete el pecado mortal de sobreexplicar lo que sucede ni dar detalles innecesarios y cuenta con una brillante actuación de la australiana Sharni Vinson, su heroína y principal protagonista. Sin dudas la mejor película de terror en lo que va del año. Apareció en el momento justo, para renovar mi fe en el género.
Todo aquel que conozca aunque sea un poco sobre Quentin Tarantino sabe que tiene una debilidad por el spaghetti western. Si bien en Kill Bill Vol. 1 y 2 habíamos visto algo del género, con Django sin cadenas el director se da el gusto de realizar un western con todas las letras, por supuesto, con su estilo tan personal de siempre. Aquí Tarantino realiza un homenaje a los filmes de Sergio Corbucci con los que creció y que, de alguna manera, lo definieron como cineasta, mientras que a la vez se mete con un tema que los estadounidenses prefieren olvidar: la esclavitud en los EE.UU. del siglo XIX. Con todos estos condimentos, sumados a un espectacular elenco y la dosis habitual de gore y diálogos filosos, redondean un film soberbio y al mismo tiempo distinto a cualquier otro que se haya visto en el género. Ambientada tres años antes de la Guerra Civil, los caminos de Django (Jamie Foxx) y el excéntrico cazarrecompensas Dr. King Schultz (Christoph Waltz) se cruzarán cuando este último lo libere de unos traficantes de esclavos. El hecho de que Schultz haya elegido liberar a Django no es producto de la casualidad, ya que es uno de los pocos que conoce a los hermanos Brittle, sobre cuyas cabezas pende una recompensa para atraparlos vivos o muertos (en este caso preferentemente muertos). Una vez logrado el objetivo, Schultz le promete a Django su libertad y algo de dinero, pero al enterarse de que la esposa de Django, Broomhilda, se encuentra esclava el cazarrecompensas decide ayudarlo a recuperarla. La búsqueda llevará al dúo a las puertas de Candyland, una plantación propiedad del sádico y despreciable Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). Generalmente en los westerns la línea trazada entre los buenos y los malos es bastante clara pero, como muchos de ustedes sabrán, la moralidad de los personajes de Tarantino no está puesta blanco sobre negro sino que tiende a preferir cierto tono de grises. Django es producto de un mundo lleno de odio que no se da cuenta de las atrocidades que comete, un mundo donde ver “un negro a caballo” es suficiente para horrorizar a todo un pueblo y detalles como ese son los que utiliza el director para dar su opinión respecto de aquel contexto histórico (la escena de Leonardo DiCaprio hablando sobre la Frenología es un gran ejemplo de ello). Tarantino también aprovecha para abordar el tema de la esclavitud visto desde afuera con el personaje del Dr. Schultz, cuyo personaje es alemán, pero no para decir simplemente “esto es malo”, sino para preguntarse “¿por qué la esclavitud se tomaba como algo natural para la época?”. En definitiva todo este subtexto se esconde detrás del humor y la violencia, pero está allí para el que pueda percibirlo. En cuanto a las interpretaciones, en un elenco de por sí brillante los que se destacan son Leonardo DiCaprio, con un personaje que representa el espíritu del sur en lo que a la esclavitud se refiere y el que se roba la película con sus diálogos es el genial Christoph Waltz (merecidísima nominación al Oscar de por medio). Otro que aporta buenos momentos, sobre todo desde la comedia, es el habitual colaborador de Tarantino, Samuel L. Jackson. Además de las grandes actuaciones, Django cuenta con la gran banda de sonido a la que nos tiene acostumbrados el director: los habituales Ennio Morricone y Luis Bacalov (imprescindibles para cualquier western) y otras canciones anacrónicas completan la impecable lista. Django sin cadenas demuestra la vigencia de un Tarantino que, si bien cuenta un relato conocido, le agrega su sello personal y lo hace único. Una puesta visual apabullante y grandes actuaciones hacen de Django un film de culto más que agregar a nuestra lista.
La mejor manera de superar el síndrome de la página en blanco es escribir al respecto. No sabemos si el director y guionista Martin McDonagh sufrió de ello mientras escribía su nueva película, Sie7e psicópatas, pero resulta poco probable ya que el resultado es brillante, desopilante e ingenioso en igual medida. Para su segundo film, McDonagh vuelve a reunirse con el protagonista de la genial Escondidos en Brujas, Colin Farrell, y además ostenta un elenco que le despertaría la envidia de cualquier otro realizador en el medio. Con una historia que combina la comedia negra con diálogos inteligentes y agudos, el director ofrece un delirante relato que entretiene de principio a fin. La escena inicial, donde dos personajes (Michael Pitt y Michael Stuhlbarg) son asesinados luego de un diálogo trivial, es muy al estilo Tarantino, director con el que varias veces se lo relacionó a McDonagh, y desde el principio nos presenta al primer psicópata. Martin (Farrell) es un guionista de cine muy poco inspirado que se encuentra escribiendo una historia llamada “Sie7e psicópatas” pero solo tiene el título y necesita crear los siete personajes. También tenemos a su mejor amigo Billy (Sam Rockwell), un actor desocupado que está en el negocio del secuestro de perros o, como él le dice, “préstamo de perros”, ya que los devuelve para cobrar la recompensa sin que los dueños sepan que él mismo fue quien se los llevó. Billy trata por todos los medios de ayudar a que Martin se inspire para sacar el guión adelante (más adelante veremos que sus métodos al respecto son demasiado extremos) y todo se complica cuando “toma prestado” el shih tsu de Charlie (Woody Harrelson), un mafioso con un temperamento muy volátil y extremadamente peligroso. A partir de allí Martin, Billy y compañía deberán escapar de los matones de este gangster muy particular. El director logra realizar un relato verdaderamente complejo y divertido que atrapa en todo momento, pero creo que su mayor virtud está en ser capaz de meter una historia dentro de otra, donde la realidad estimula la ficción y viceversa. Es así que McDonagh apela a los códigos del cine (explícitos muchas veces en sus diálogos) para crear un film deliciosamente inclasificable. Como dije antes, Sie7e psicópatas ostenta un gran elenco, pero aquí los que resaltan sin dudas son Sam Rockwell, cuyo papel es el más demente de todos y lo interpreta como solo él puede hacerlo, y el gran Christopher Walken, quien aporta su infinito carisma y hace que los diálogos suenen aún más ácidos y/o divertidos. También cabe destacar la corta pero memorable aparición especial del genial Tom Waits, que aquí interpreta a un “asesino serial de asesinos seriales” y a quien se lo ve todo el tiempo con un conejo en la mano. Tanto estos como otros integrantes del elenco son esenciales para dar vida a los demenciales personajes de la historia pero también vale decir que, además de la comedia, también le aportan mucha humanidad y seriedad en algunos momentos dramáticos (que los hay). Por más que el síndrome de la página en blanco esté presente a lo largo del film, Sie7e psicópatas es producto de un guión sólido y muy trabajado con un McDonagh que vuelve a ofrecernos otra joyita en su corto pero brillante currículum como director. De esta manera, nos demuestra que se puede hacer algo innovador con elementos preexistentes y así crear algo nuevo e inclasificable. Y si a eso le agregamos algo de locura, mucho mejor.
¿Cuántas veces nos pasó decir “esa película ya la vi”? Bueno, eso es exactamente lo que me ocurrió mientras miraba La casa de al lado. Uno piensa que la talentosa Jennifer Lawrence podría elegir mejor los proyectos en los que participa y evitar las películas de terror/suspenso que evidencian ser genéricas incluso desde el título original (House at the End of the Street), pero esto deja en claro que no es así. Un argumento remanido y demasiado esfuerzo puesto en que el film sea visualmente atractivo en vez de crear un buen guión hacen que la cinta sea insalvable incluso con Lawrence en casi cada cuadro de metraje. Elissa (Jennifer Lawrence) y su madre Sarah (Elisabeth Shue) buscan comenzar una nueva vida luego del divorcio que dividió a la familia y para eso encuentran un lugar “tranquilo” en un pequeño pueblo de Pennsylvania. Una hermosa casa ubicada en medio de un bosque a un precio muy accesible parece demasiado bueno para ser real, pero el motivo de la baja cotización se debe a que años atrás, en la casa contigua, ocurrió un horrible doble parricidio por parte de una niña que desapareció luego del crimen. Poco después, una vez que Elissa y Sarah comienzan a socializar con los vecinos, sabemos que esa casa no se encuentra deshabitada sino que allí vive Ryan (Max Thieriot), el único miembro restante de la familia que sobrevivió por estar en casa de su tía al momento del asesinato. Elissa es una alguien que, según su madre, tiene tendencia a sentirse atraída por chicos emocionalmente dañados y por ese motivo entabla una relación con Ryan, el chico perturbado y vulnerable por lo ocurrido con su familia que cumple todos los requisitos para llamar la atención de Elissa. Ryan es excluido socialmente por la gente del pueblo e incluso Sarah se opone a que su hija esté con él, pero Elissa hará caso omiso a todo eso y a partir de allí es cuando la historia comienza una espiral descendente de la cual no saldrá jamás. El director Mark Tonderai utiliza todos los clichés habidos y por haber en el manual del género de terror y mediante la manipulación del sonido crea “sustos baratos” que lejos están de lograr sobresaltar a los avezados en el género. El elenco hace lo mejor que puede ante un guión pobre y con muchos “huecos argumentales” que resulta insalvable. Lawrence es todo lo que debería representar una heroína: fuerte, inteligente e independiente, aunque las virtudes de su personaje no hacen más que resaltar los problemas de la trama que se vuelve cada vez menos verosímil incluso para los flexibles parámetros del terror y el suspenso. Max Thieriot también supo transmitir la vulnerabilidad y desdicha que requería un papel clave para el desarrollo de la historia. En resumen, La casa de al lado termina por ser previsible así como genérica y remanida, pero además comete uno de los peores “pecados” que es desaprovechar a una magnífica actriz en ascenso como Jennifer Lawrence. Mi consejo es: manténganse alejados de esa casa.
El cine ha imaginado hasta el hartazgo la manera en que podría terminar la vida en la tierra (inundaciones, terremotos, virus pandémicos, asteroides, etc.) con todas esas amenazas neutralizadas a último momento de la forma más dramática posible. Sin embargo, eso no es lo que veremos en Buscando un amigo para el fin del mundo, la ópera prima de la directora y guionista Lorene Scafaria. El film plantea un interrogante simple pero a la vez muy concreto: ¿qué harías si solo tuvieras unas semanas de vidas antes de se termine el mundo? Están desde los que dirían “pasar más tiempo con mi familia y amigos”, aunque también están aquellos que se entregarían al hedonismo más puro hasta que llegue el fin de los días. Lo cierto es que el film es muy disfrutable gracias a un buen guión y a un Steve Carell impecable que demuestra que también puede componer roles dramáticos. Desde el comienzo la historia pinta un panorama sin esperanzas: Dodge (Carell) escucha el anuncio de que el último intento por desviar un meteorito llamado Mathilda ha fracasado y que solo quedan 21 días de vida en la Tierra antes de que colisione contra nuestro planeta. Acto seguido, su esposa lo abandona y huye con rumbo desconocido. Solo y desconcertado, Dodge continúa yendo al trabajo y se niega a entrar en el terreno del “vale todo” que sus amigos parecen haber adoptado. Todo indica que Dodge pasará el resto de sus pocos días en soledad hasta que inesperadamente conoce a Penny (Keira Knightley), una vecina con quien nunca se cruzó y que sin querer guardó una carta muy importante para el personaje de Carell, que luego lo llevará en un viaje para recuperar a un amor de juventud. Mezcla de road movie y comedia romántica con un toque de drama, Buscando un amigo pone a dos personajes, en apariencia disímiles, en un viaje introspectivo que los cambiará para el (breve) resto de sus vidas, al mismo tiempo que siempre tiene presente las consecuencias del inminente fin del mundo y lo demuestra a cada paso (una gran muestra de ello es la desopilante escena en el restaurante Friendsy’s). Más allá del caos generalizado (motines, suicidios, etc.) los protagonistas tratarán de mantenerse lo más normal posible teniendo en cuenta las circunstancias, mientras uno en la audiencia comienza a plantearse qué haría si estuviera en esa misma situación. Por otro lado, si bien la historia está bien llevada, Scafaria tiene una película dividida en dos con respecto al tono: la primera parte es toda comedia y la segunda es todo drama. Es así que la trama nunca logra conjugar ambos tonos con éxito y esa es la mayor crítica que se le puede hacer. Buscando un amigo para el fin del mundo es un film prácticamente inclasificable ya que mezcla varios géneros a la vez y, por suerte para el espectador, logra hacerlo bien la mayoría de las veces. Con un Steve Carell diferente a lo que acostumbramos a ver y una banda de sonido “retro” de excelente factura, la película oscila entre el humor negro y el drama de una existencia con los días contados que enfrenta lo inevitable, estoico, a pesar de que el mundo se caiga a pedazos.
Cuando la historia no ofrece respuestas claras y definitivas inevitablemente prevalecen las hipótesis, suposiciones y conjeturas. Las circunstancias relacionadas con la muerte del genial y oscuro escritor Edgar Allan Poe siguen siendo un misterio hasta el día de hoy y allí, en el terreno de la incertidumbre, es donde el director James McTeigue (V de venganza) encuentra una historia fértil que mezcla con gran éxito la ficción con la realidad. El cuervo es un relato tan atrapante como sórdido que pone a un personaje real como Poe en un juego perverso de vida o muerte donde los relatos, que deberían habitar solo en la imaginación de los lectores, cobran vida de la forma más sangrienta. John Cusack se pone en la piel de Poe, un escritor subestimado en la Baltimore del siglo XVIII que a duras penas puede pagar un trago en un oscuro bar y hasta el momento no parece ser muy conocido. Sin embargo muy pronto se encontrará con un admirador que deseará no haber conocido, un hombre que mediante una serie de asesinatos llevará a la realidad las historias del escritor. Los macabros crímenes son tan calcados y detallistas que en un principio el mismo Poe se convierte en el principal sospechoso, pero cuando Emily (Alice Eve), la mujer que ama, se convierte en una potencial víctima Poe y el inspector Emmett Fields (Luke Evans) deberán impedir que el asesino vuelva a matar. Es así que el juego se vuelve personal y solo el hombre que inspiró esos horribles crímenes podrá detenerlo. Poe y el inspector Fields se enfrentan a un asesino extremadamente inteligente que deja pistas intrincadas que se relacionan con la obra del escritor, incluso algunos indicios se encuentran en los cuerpos de las víctimas y así saben donde atacará la próxima vez. Sin embargo, el criminal inspirado por Poe logra evadir toda vigilancia y además cuenta con una gran forma física, aún así quiere ser encontrado para estar cara a cara con su ídolo máximo. Uno de los méritos de la historia consiste en mezclar muy bien algunos hechos de la vida del escritor con ciertas licencias de la ficción que crean una especie de realidad paralela con el fin de entretener al público, algo parecido a Anonymous, donde se plantea la hipótesis de que Shakespeare no fue el autor de sus obras sino otra persona. También cabe destacar lo bien que se construye el suspenso a lo largo del film y la tensión que nunca decae, además de que la trama mantiene en vilo al espectador hasta la toma final. John Cusack, alguien de muchos logros pero con poco reconocimiento al igual que el personaje que interpreta, sigue la línea del film y ofrece una inusual caracterización de Poe. Aquí el escritor es alguien tan carismático como inteligente y hasta por momentos se pueden ver algunas influencias del Sherlock Holmes interpretado por Robert Downey Jr. Luke Evans ofrece un registro diferente a lo visto anteriormente y Brendan Gleeson está impecable como siempre haciendo del padre de la joven secuestrada (la bella Alice Eve). En definitiva, El cuervo mantiene pendiente al espectador hasta el final y mezcla muy bien realidad con ficción dentro de un thriller atrapante, buenas actuaciones y una gran puesta visual. Un film de suspenso que no debería pasarse por alto.
La actriz Amanda Seyfried deja las melosas películas románticas, por lo que resulta más conocida, para adentrarse en el género de suspenso (o thriller) con 12 horas y el resultado en líneas generales es bastante aceptable. Hoy en día el público está muy avezado en este tipo de géneros y realizar una película que no caiga en lugares comunes, en la previsibilidad o el aburrimiento es cada vez más difícil y creo que estos son algunos de los aspectos que el director brasileño Heitor Dhalia sortea la mayor parte del tiempo. Es por esos puntos claves que el film es disfrutable aunque esté lejos de ser una obra maestra del suspenso. Jill (Seyfried) es una joven atormentada que fue víctima de un secuestro hace un año, trata de recuperar su vida y, sobre todo, de superar el trauma que le dejó esa situación. Jill es la única que escapó de aquel asesino de mujeres que nadie pudo atrapar y vive con miedo de que vuelva para terminar lo que empezó. Ese miedo se hace tangible cuando una noche su hermana Molly (Emily Wickersham) desaparece y Jill está convencida de que es el mismo asesino quien la tiene secuestrada. Inmediatamente se dirige para denunciar el caso con la Policía pero Jill tiene muchas cosas en su contra: aún no han pasado las horas suficientes para considerar a su hermana como desaparecida y para colmo sus antecedentes de una enfermedad psicológica tampoco la ayudan. Es así que, a pesar de que nadie le crea, comenzará una búsqueda desesperada por su hermana ya que sabe que, si se trata del mismo asesino, las horas están contadas. Una de las cosas que Dhalia logra a la perfección junto con su equipo es la recreación que genera el ambiente, la atmósfera ideal para que se desarrollen el suspenso. La increíble fotografía, el clima gris de la ciudad de Portland en invierno y principalmente el bosque elegido, que juega una parte vital de la trama, son elementos que sirven de un gran marco para la historia. Otra cosa para destacar es la construcción del personaje de Seyfried y esa ambigüedad que plantea Jill, a quien a veces elegimos creerle y a veces no, según suceden los hechos. Además la actuación de Seyfried, que aparece casi en cada cuadro del film, resulta bastante aceptable y convincente por ser su primera incursión en el género. En resumen, 12 horas es una película correcta a la que no le sobra nada, pero que a base de un guión bien trabajado con buen ritmo y una ambientación excelente logra que la historia funcione y, sobre todo, que mantenga interesado al espectador. Una buena opción para los que buscan un poco de suspenso.