Las críticas de alta escuela no dejan de ubicar como referencia ineludible a Les Yeux Sans Visage, de Georges Franju. Puede ser. También hay algo de Le Sang Des Bêtes, llegado el caso. Por que Antonio Banderas -su personaje- fabrica piel sintética gracias a las células de la sangre de las bestias (en este caso, chanchitos).
Y tensando la cuerda también podemos encontrar referencias en Panic Room, de David Fincher. Por que la estilizada obra bioartística del cirujano genetista sueña su sueño en una habitación hermética y monitoreada desde el afuera. Y el pánico propiamente dicho se manifiesta en la rutilante jeta de Marisa Paredes cuando a la mansión (y a la película) llega un gato montés brasileño con ganas de moverse a la obra de arte del eminente cirujano. Diez minutos perfectos, pura tensión, que de por sí valen la película entera.
El resto de la trama nos ayudará a entenderla (a la trama, digo). A porqué dos irmãos se odian al punto de reventarse la vida mutuamente. A porqué nos cuesta tanto aceptar que algo se termina, prolongándole una agonía tan deliciosa como innecesaria. A la necesidad de fumar amapola que aparentemente tienen los profesionales de la medicina, incluso cuando comprobamos que no hay ningún opiáceo capaz de adormilarnos la obsesión que nos inunda los poros, sean estos sintéticos ó naturales.
Lo mejor, lector ocasional, es que vayas a verla y saques tus propias conclusiones. No se trata de un film ultracomplejo (basado en una novela compleja… y al mismo tiempo también parece haber sido inspirado en un alucinante film francés) que divide aguas al punto de generarte cuestionamientos respecto a entrarle ó no entrarle, se trata de la última de un gran realizador, y convendría no dejarla pasar.
Eso sí: quizá sea momento de admitir (desde la impunidad que nos regala el ser cronistas al filo del anonimato) que el trabajo del músico Alberto Iglesias es superlativo al punto de convertir cuatro planos seguidos en una experiencia cinemática profundamente valiosa. Ojo, no estamos desmereciendo a Pedro Almodóvar, pues al fin y al cabo es su película y fueron sus decisiones las que -afortunadamente- hicieron que de la combinación surja la magia.
La Piel Que Habito es un novelón imprescindible para cualquiera que disfrute de Almodóvar (ya sea del viejo ó el nuevo, para nosotros sigue siendo el mismo individuo). Desde nuestro flanco freak, podemos asegurar que el factor en cuestión está presente y no desentona. El lunar en el culo del brazuca disfrazado de yaguareté no nos permite mentir.