El gabinete del Dr. Caligari
Uno de los grandes mimados del cine español, el gran director Pedro Almodóvar, vuelve con un filme que a primeras lecturas parecería ser que lo aleja un poco del estilo y recorrido que ha construido a través sus anteriores diecisiete películas. Pero esto no es así. Más allá del cruce de géneros, terror, ciencia ficción, thriller, etc. en que intenta instalarse con su decimoctava producción, es factible ver como afloran en este las obsesiones e ideas de Almodóvar. Casi desde el inicio temas como la diversidad sexual, el travestismo, la intolerancia, la discriminación implícita, en primeros términos, y bastante más subyacente, no por eso menos común en su filmografía, el del poder en todas sus fases y facetas.
Pero la historia que cuenta en cuanto a fábula a desarrollar tiene más que ver con una venganza que con todo lo otro.
Basada en la novela policial “Tarántula” del escritor francés Thierry Jonquet, fallecido en 2009, narra el recorrido atravesado por la obsesión de un cirujano plástico, el Dr. Robert Ledgard (Antonio Banderas), quien intenta crear una piel más resistente que la humana. Para tal fin cruza todas las líneas de la ética médica - investigativa, utilizando un humano para la experimentación, Vera Cruz (Elena Anaya), involuntariamente conejillo de indias. La mantiene encerrada en su consultorio transformado en quirófano, vigilada por su confidente e incondicional vieja ama de llaves Marilia (Marisa Paredes). La moral en pos de la ciencia ni es cuestionada por el dúo.
La estructura que eligió para construir la historia es la de no ser lineal, utilizar flashbacks que vayan entregando la información necesaria al espectador, y de esa manera integrarlo al relato atrapándolo con mano maestra.
Asimismo se da el lujo, sin caer en pozos narrativo y estilísticos, de circular por el melodrama más clásico, o el humor más coloquial, que podrían hacer que el cinéfilo olvide la trama principal, pero fue cuestión de los tiempos utilizados y de una excelente compaginación para que esto no suceda.
No sólo el montaje esta en los puntos más salientes del filme. Como siempre su “obsesión” por el detallismo, por la dirección de arte, es superlativa, comenzando por los espacios en que se desarrollan las acciones. Como aquellos elementos que puestos en forma intencional siempre van dando información al espectador, específicamente las obras pictóricas que aparecen en los encuadres, a las cuales el realizador español, sin detenerse en las mismas, le entrega un valor que en manos de otro realizador podrían ser desaprovechadas y pasar desapercibidas, para ello cuenta con un trabajo de fotografía de muy buen nivel a cargo de José Luis Alcaine
En ese orden de importancia habría que incluir en tercer lugar la música de Alberto Iglesias, la que le da los tonos justos a cada plano, trabaja por momentos desde la coincidencia estilística y en otros desde lo contrapuntístico en relación a la imagen.
La cuarta pata que sostiene toda la producción son las actuaciones, en este caso sobre todo la de los tres protagonistas. Posiblemente al personaje de Fulgencio, interpretado por el gran actor Eduard Fernández, le falte un poco de desarrollo, sobre todo por la importancia que juega dentro del conflicto, concerniente en su resolución, finalmente, y si en un escalón más bajo, la interpretación de Jan Comet en el personaje de Vicente.
El único punto débil, que desciende un grado el nivel general, esta en los diálogos, no el guión, que no es tan original como se presupone. Tiene, desde la estructura narrativa, muchos puntos de contacto con “El Coleccionista“(1965) de William Wyler, como así mismo, desde el relato propiamente dicha, presenta también alguna cercanía con Frankenstein (elija la versión que quiera) como las pláticas entre los médicos, específicamente aquellas que deberían instalar el verosímil científico de la ficción, las que pecan por inocentes.
En definitiva, si bien un poco por debajo de otras de sus producciones como “Hable con Ella” (2002) o “Volver” (2006), es una muestra más del talento de Pedro.