Ritual sobre el cambio de género
Es un Almodóvar más centrado en cuestiones de identidad genérica y multimediática (cámaras constante), pasando por psicopatías generales. Donde el humor apenas se esboza (el hombre Tigre) y el final es simplemente, la vuelta a casa
Y Almodóvar debutó con una de terror. Por supuesto que no con una de terror cualquiera, sino una muy pulida y austera, con mucho de cine televisivo de sábado a la tarde de los "70 y clásicos europeos de terror de la década de 1940, más algún Cronenberg "posmo", más cercano a "Pacto de amor" a "Crash".
Están todos. Esta especie de Doctor Muerte frankenstiano que es el cirujano plástico, Robert Ledgard (Antonio Banderas), la pobre esposa quemada y de cuya desgracia surge el deseo del médico de la "piel definitiva", la hija inocente violada por quien será transformado en objeto de deseo de su creador y la bruja mala de Marilia (Marisa Paredes), de secretos inconfesables. Amadas-amados, amputaciones sexuales, gozos multifuncionales, canciones mágicas cantadas por un niño que en vez de despertar a la Bella Durmiente, la precipitan a la muerte ante la presencia del vidrio convertido en momentáneo espejo.
Fábula devenida pesadilla, en la que se esconde la monotonía pueblerina, el horror de la violación y la castración, la soberbia del médico que todo lo puede, y la presencia en la "casita del horror" de seres transgénicos y reproducciones de Tiziano, con mucha piel en exposición, estatuitas simil Louise Bourgeois y ropa de Jean Paul Gaultier. Todo en la Toledo de 2012.
SIN DESBORDES
El filme de Almodóvar no alcanza su desborde habitual que, sin embargo, es no sólo la característica de su estilo sino su mayor logro. Todo es medido y sólo hay monstruos bien personalizados, pero no aquelarres orgiásticos o de sangre, que uno esperaba en un Almodóvar típico. Todo está hecho con armonía, hasta la cara desfigurada a lo Mason Verger (rival de Hannibal Lecter) de la mujer de Ledgard no aterroriza y las relaciones entre el doctor y su amada-amado no erotizan.
Es un Almodóvar más centrado en cuestiones de identidad genérica y multimediática (cámaras constante), pasando por psicopatías generales. Donde el humor apenas se esboza (el hombre Tigre) y el final es simplemente, la vuelta a casa.
Un lugar especial es el de Antonio Banderas, que como el vino y el tiempo, aparece macerado y brillante en una estupenda actuación. Bella la niña Anaya, exacta Marisa Paredes y el toque musical Almodóvar, ese sí, inconfundible, en este caso, con la afro española Concha Buika. Elegante el diseño de producción.