Presente y futuro
Pedro Almodóvar, manchego, tiene más de treinta años de carrera cinematográfica y cerca de veinte largometrajes. Rosendo Ruiz, cordobés (de la provincia argentina y no de la andaluza) tiene una película del año pasado. Hoy es el estreno en Argentina de La piel que habito y también el estreno fuera de Córdoba –allí se reestrena– de De caravana. Las dos, vean las dos, incluso pueden armar un vivificante doble programa.
Sí, claro, hay diferencias: la película de Almodóvar deja ver un evidente aplomo, un presente de gran seguridad. La piel que habito propone un viaje guiado por un experto en referencias múltiples (Franju-Hitchcock-la Hammer-Corman, por nombrar sólo cuatro), una actuación fuertemente depurada de Antonio Banderas, encuadres y colores fascinantes, violentos encastres temporales, irrupciones disparatadas, pasiones oscuras y una mezcla de géneros, de ambientes, de orígenes y raíces poco frecuente. Almodóvar, a estas alturas, con un equipo de gente experta (fotografía de Alcaine, montaje de Salcedo, música de Iglesias) y una seguridad cinéfila que deslumbra, combinada con una osadía que parece haber regresado a su obra en los últimos años, hace una de esas películas imperdibles incluso para quienes no gusten de ella. No intenten bajarla de ningún lado, no la vean en una sala que no tenga la calidad técnica adecuada: La piel que habito se estrena en grande, con decenas de copias, y merece verse de la mejor manera posible. La seducción que maneja Almodóvar necesita brillo, colores, gran tamaño, claridad en el sonido. También son parte de las películas las condiciones en las que las vemos, y en algunos casos en particular esas condiciones son de mucho peso.
De caravana es una irrupción, una ópera prima. No, no toda ópera prima es una irrupción, algunas son meramente continuaciones inopinadas de lo ya transitado. De caravana irrumpe, como dicen que irrumpió Almodóvar los que lo vieron irrumpir a hace más de tres décadas. Sí, claro, De caravana es una película menos pulida que La piel que habito, menos depurada en la amalgama actoral, y a veces se resiente con detalles extemporáneos o no del todo resueltos (Almodóvar, a estas alturas, construye con tal solidez que hace aparecer a un brasileño vestido de tigre y todo sigue fluyendo e incluso reafirma su autoría con más fuerza). Pero no interesa tanto resaltar los detalles negativos de De caravana. Bueno, sí, al menos uno: ¿cómo sabe el protagonista dónde vive la chica al principio?, ¿me perdí algo? Pero para ajustar detalles hay tiempo, carrera por delante, y si uno revisara Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón seguramente encontraría muchos aireados chirridos y refrescantes desajustes. Vamos a lo que importa: De caravana es una película singular, que habla desde un lugar específico en el mundo, en la que los personajes viven y se desarrollan y no están petrificados para que el director se luzca en sus meras manipulaciones. El viaje, o mejor dicho los viajes iniciáticos del “cheto” Juan Cruz por el amplio mundo de la bailanta y los viceversas de la “bailantera” Sara son narrados con gracia, cariño y cercanía. De caravana está viva, en la amalgama del recital de la mona y la atracción entre los protagonistas, en mucha nobleza, en muchas sorpresas, en la mirada genuina, en frecuentes diálogos creíbles. El crítico chileno Héctor Soto escribió: “La debilidad que presenta una elevada proporción de los juicios cinematográficos en circulación radica no tanto en la falta de información o de rigor, sino en la falta de afecto y compromiso, lo cual es más grave. Aquel déficit puede cubrirse con datos o con una cierta disciplina intelectual; el déficit afectivo, por su parte, es una dolencia del alma más que de la percepción y casi nunca es redimible.” Podríamos aplicar lo escrito por Soto sobre la crítica a De caravana y diagnosticar que no se observan en ella dolencias del alma. Hay, entonces, futuro para el cine de Rosendo Ruiz.