Policía torturado por la pérdida de su pequeña hija y la separación de su esposa, el Vasco vive en un infierno personal, aunque todavía cree en la justicia. Así se verá envuelto en un tenebroso suceso ocurrido en Mar del Plata donde, a orillas del agua, comienzan a aparecer cadáveres descuartizados de prostitutas y, secundado por un periodista policial y por un extraño y solitario vidente, iniciará una ardua investigación. En principio, todo indica que esas muertes son ajustes de cuentas, pero pronto descubren que hay políticos y policías complicados, y que incluso la muerte de su hija no era ajena a aquello que estaba ocurriendo.
Pocas veces la cinematografía local se internó en el género policial negro, y esta vez el realizador Gonzalo Calzada, que ya había dado muestras de indudable eficacia en Luisa, su primer largometraje, demostró que sobre la base de un muy buen guión de Carlos Balmaceda (adaptado de su novela, finalista en el premio Planeta) se puede lograr. El director logró el clima necesario, por momentos sangriento, otros fuertemente dramáticos, que pedía esta historia.
La trama, sostenida por un excelente montaje, va jugando una partida que obligará tanto al policía como a quienes lo secundan a enfrentar sus propios pasados, a remover viejas heridas y a conectarlos con sus propias verdades. El impecable trabajo de Gustavo Garzón, sumado a las buenas intervenciones de Valentina Bassi, Vando Villamil y Juan Minujín convierten este film en una novedad en nuestro cine, novedad que surge de la elección de un tema sórdido tratado con notable eficacia por un realizador que supo comprender la manera de mostrar el horror a través de los espejos deformantes de la realidad.