La posesión de Verónica: un film de terror que va mucho más allá
Las mejores películas de género son aquellas que operan en distintos niveles y van más allá de cumplir con el "objetivo" principal (hacer reír o llorar, asustar, etcétera), al mismo tiempo que lo logran. Eso es lo que sucede con La posesión de Verónica, una película en la que asustarse es un extra y no la única fuente de satisfacción.
Paco Plaza construye con gran habilidad un mundo propio para el film, repleto de detalles que le otorgan realismo y que sumergen al espectador en ese lugar, Madrid, en esa época, los 90, y esa familia. La historia se centra en Verónica, una adolescente que lleva sobre sus hombros la carga de cuidar de sus hermanitos pequeños mientras su madre trabaja todo el día.
La vida de la protagonista quedó marcada por la reciente muerte de su padre. Y eso implica no sólo el dolor que le provoca su pérdida sino también las consecuencias que la ausencia provoca en el funcionamiento cotidiano de la familia. Una escena en la que Verónica ve por la ventana a su vecina de su misma edad, despreocupada y alegre, resulta un perfecto retrato de lo que la protagonista ha perdido.
El costado terrorífico irrumpe en el relato cuando Verónica se interesa por usar una tabla de Ouija para intentar comunicarse con su padre. Junto con unas amigas, la chica decide hacer la prueba durante un eclipse y a partir de ese momento una fuerza maligna empezará a acecharla.
Si bien el suspenso y los sustos están muy bien manejados por el director, lo sobrenatural funciona también como metáfora del luto y las dificultades de crecer. La posesión de Verónica es una tragedia familiar y coming of age (film sobre un personaje madurando) conmovedora; que se trate de una película de terror le agrega otra dimensión más porque implica la confrontación con lo que puede haber fuera del plano terrenal.
Además de una impecable reconstrucción de época, en estética y espíritu, La posesión de Verónica tiene un enorme tesoro en su elenco infantil. Sandra Escacena, la Verónica del título, enfrenta su primer papel en el cine con un aplomo y naturalidad admirables. Los más chiquitos son puro desenfado y encanto, aportando mucho humor a un film cuyo material es sombrío. El director supo aprovechar esto y mantener un equilibrio en el contraste de tonos.
Al comienzo del film se advierte que esta historia está basada en hechos reales, sucedidos en la capital española, en los 90. Ese plus que sirve para asustar, legitimar lo inexplicable y dejar el misterio suspendido en la mente del espectador al salir del cine, poco importa en este caso porque la película cuenta con un considerable valor cinematográfico propio.