Los últimos días de una mujer en fuga
Con inspiración en el film de 1966, Yo la conocía bien, con Stefanía Sandrelli, aquí la misma actriz --a sus 64 años-- es una mujer que agoniza pero sigue manifestando su amor a la vida y a sus hijos, así como la apuesta por la libertad.
En 1966, en el Festival de Mar del Plata, el film de Antonio Pietrangeli Yo la conocía bien, que marcó el primer gran protagónico de Stefania Sandrelli, mereció el premio a la mejor dirección. En este film, la Sandrelli componía a una joven provinciana que partía de Pistoia a Roma para alcanzar el estrellato. En su periplo conocía a numerosos hombres que la humillaban, que la engañaban y al mismo tiempo trabajaba en diferentes lugares. La historia de su protagonista, sensible e ingenua mujer, de nombre Adriana, que no conoce ni el ayer ni el mañana, finaliza de una manera trágica.
A casi medio siglo de aquel estreno, el director toscano Paolo Virzi, a quien tenemos presente por aquel film Caterina en Roma, vuelve a su Livorno natal para ofrecernos un retrato de familia que pone en el centro de la escena a una mujer que en cierta manera revive el carácter de aquella llamada Adriana. En más de una oportunidad Virzi ha declarado que uno de sus films íconos es y seguirá siendo Io la conoscevo bene.
Entre ambos, el talento y la fuerza vital, el arrojo y el profesionalismo de la Sandrelli, quien en el film de Virzi, a sus sesenta y cuatro años es Anna Nigiotti, una mujer que sigue sorprendiendo a los demás por su energía, por su entusiasmo, por esa capacidad que tiene para sobreponerse a su dolencia terminal, que lleva adelante con entereza en ese sanatorio; al que ahora en pocos minutos más llegarán sus más esperados visitantes: sus hijos
Esta conflictiva historia, este secreto álbum de familia comienza a principios de los años 70 en el balneario de Livorno, momento en el cual la misma protagonista --una muy seductora y joven Anna-- pasa a ser elegida y coronada como la reina de ese lugar. Una primera foto, risas, aplausos, gestos de desaprobación por parte de su familia, particularmente por parte de su marido y de sus niños, Bruno y Valeria. Es el mismo año en el que el cantante Nicola Di Bari, ante la negativa de Gianni Morandi, interpreta él mismo esa canción que había compuesto junto a Mogol, La prima cosa bella, mereciendo el segundo premio en el Festival de San Remo.
Como en Yo la conocía bien, el film de Virzi se abre en una ciudad costera y desde el primer momento, en ambos films, se muestra a ambas protagonistas en su manera desenfadada, casi primitiva; en el film de Virzi, la joven Anna está interpretada por Micaela Ramazzotti. Es ella quien provoca ante la mirada de los demás adversos comentarios y una de aquellas fotografías, la noche del concurso, exhibida públicamente, desatará la violencia conyugal, lo que la llevará a vivir de fuga en fuga, tratando de enfrentar el vacío y el rechazo, junto a sus hijos.
Y es precisamente la mirada de su hijo mayor la que va reconstruyendo toda esta historia que se abre, tras ese epílogo en la costa de Livorno, en la temporada estival, en el momento en que Bruno ya es un hombre de mediana edad, profesor de Letras, abatido, dominado por cierta abulia y un malestar crónico, sin poder enfrentar su historia sentimental. Lo vemos acostado, casi desmayado en un parque, sin fuerzas, hasta que el golpe de un pelotazo lo lleva a levantarse con particular indignación. Es esta segunda secuencia, la que, de manera inmediata, nos acerca ahora a su hermana Valeria, quien junto a uno de sus hijos, le informará sobre el estado grave, agónico, de su madre.
Desde un juego de temporalidades, y desde la visión de Bruno, quien vive de manera enojosa su vínculo con su propia madre desde la infancia, el film de Paolo Virzi va reconstruyendo la propia relación del director con la ciudad que lo vio nacer, Livorno. Y si bien no debemos considerar el film como un relato autobiográfico, señalado esto por el propio realizador; no obstante, es el propio ámbito el que pasa a ser igualmente protagonista. De esta manera podemos volver a traer a la memoria aquellas palabras del gran maestro de tantas generaciones, Jean Renoir, cuando afirmaba: "Lo que realmente me moviliza el corazón cuando estoy frente a una pantalla es ver que toda esa historia transcurre en un mismo lugar".
Bruno, ahora, desde su presente, podrá comenzar a revisitar los días de su infancia, de su adolescencia, la relación violenta que debió soportar su madre y al mismo tiempo esa fuerza entrañable, sincera, de amor hacia sus hijos. Bruno recordará a su padre desde sus silencios y desde su irascibilidad y desde su severa y rígida tía, sujeta a férreas doctrinas religiosas. Algunos de los hombres que decían amar a su madre, que declamaban esa falsa ayuda, pasarán a ser un muestrario de rostros desencajados y de risas burlonas. Desde los primeros minutos del film, la canción La prima cosa bella, cantada por su propia madre, cubre todo el escenario nocturno de la memoria.
Considerada por la crítica italiana como un film equivalente al Amarcord para Paolo Virzi, La Prima Cosa Bella mira por igual, desde una historia que apunta hacia una esperada comprensión de miradas con un tercer nombre aún no conocido, hacia el cine. Y lo hace saludando a una situación de altercado durante la filmación de La Mujer del Cura de Dino Risi. E igualmente, Bruno saldrá al encuentro de su madre, estacionando su motocicleta en la puerta de un cine.