Sin amor al texto
La última película de Bertrand Tavernier (La vida y nada más, 1989) es una absoluta decepción. El que otrora entregara filmes tan potentes como Todo comienza hoy (Ça commence aujourd'hui, 1999) o Alrededor de la medianoche (Autour de minuit, 1986) se atreve con una novela de Madame de La Fayette (La Princesa de Cléves, 1678) pero es incapaz de otorgarle alma a una película que es pura desgana desde el primer fotograma al último.
La princesa de Montpensier (La princesse de Montpensier, 2010) narra el amor imposible de la susodicha dama (Mélanie Thierry) con el joven Duque de Guise (Gaspard Ulliel) en el contexto de las guerras de religión entre católicos y protestantes en la Francia del siglo XVI. La obra encuentra similitudes con otras películas de época tan estimulantes aunque diferentes entre sí como La duquesa de Langeais (Ne touchez pas la hache, 2007) o María Antonieta (Marie-Antoinette, 2006), pero donde había arrojo y conocimiento de causa en éstas, aquí sólo existe un academicismo que sepulta el film hasta lo rutinario.
El cineasta se pliega en exceso a un guión que parece salido de un mal telefilm. Los diálogos son tan previsibles como manidos y las situaciones en las que se supone que debe explotar la tensión dramática, risibles. El elenco actoral no sabe cómo levantar unos personajes que parecen de cartón. Y es que, Tavernier debió interpretar el texto más libremente, sin ponerse ataduras ni querer entregar una obra fácil para el gran público como hace, por ejemplo, Terrence Malick en la impagable El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011).
Las escenas íntimas constan de demasiados planos (en general, primeros planos) que explicitan situaciones tensas o sentimientos de los personajes que hubieran quedado mejor velados. El miedo a mantener una toma larga y salirse (aunque sea mínimamente) del cine narrativo, tira por tierra algunas secuencias que, en sí, contienen una violencia innata que es despreciada por el realizador. Sin embargo, es lo mejor de un film en el que las batallas parecen de mentira aunando filmaciones en grúa gratuitas con sentencias grandilocuentes o diálogos cotidianos.
Valga como ejemplo una escena en la que a la protagonista, en un desnudo integral, es aseada por sus asistentes antes de tener sexo. Bertrand Tavernier precisa de un plano de la cara del padre que es casi pornográfico. Una escena similar en la película de Sofia Coppola es un ejemplo de pudor e inteligencia que bien podría estar hablando de la falta de privacidad de las celebridades de hoy día. Es, por tanto, una cuestión de mirada, de saber imprimir un punto de vista moderno y actual, pero para eso, es necesario tener claro qué obra se pretende entregar y esto no es posible si desde un principio no se ama el material con que se trabaja.