Amor a primera vista
La princesa encantada (The stolen princess, 2018), de Oleh Malamuzh, conjuga lo mejor y lo peor de la última producción animada fuera de la industria hollywoodense, realizada en países periféricos que buscan alternativas para enfrentarse en las salas a las grandes producciones de estudios poderosos.
En la búsqueda de historias distintas, o en la posibilidad de reinventar desde fórmulas clásicas nuevas propuestas, muchas veces el resultado dista de las buenas intenciones iniciales. En La princesa encantada hay un factor que le juega en contra, y no es su delicada animación, el humor que maneja en sus gags y punchlines, la dedicación con la que se presentan cada uno de los personajes, sino una serie de lugares comunes que opacan cualquier intento de presentarse como diferente para las nuevas generaciones: Es que en tiempos de empoderamiento femenino, y de lucha por romper estereotipos y mandatos, queda vieja como propuesta este relato de amor entre un artista y una joven, quienes se enamoran a partir del engaño.
Lo que en el vodevil funciona, la mentira como impulsora de confusiones para generar vínculos, aquí obstruyen la linealidad del relato, siendo utilizada como motor humorístico, transformando la historia en un híbrido que no respeta ni refleja un verosímil.
Cuando el idilio entre Ruslan y Mila comienza, ya teníamos demasiada información sobre el actor que quiere ser caballero para dejar de trabajar, de luchar con audiencias inexistentes y algún que otro tomatazo por su pésima actuación. Y en el momento que eso queda claro, aparece un malvado (el villano de turno), el más malo del reino de las nueve montañas, que como tradición secuestra a la princesa Mila para quedarse con su poder.
Así, La princesa encantada devendrá en una pesquisa para dar con el paradero de la joven, pero no sólo por parte de Ruslan, sino por cada persona del reino que sabe que como recompensa se lo nombrará caballero. Allí el relato pierde su posibilidad de construir un relato novedoso, deteniéndose en detalles acerca de la búsqueda de Ruslan (el protagonista) de Mila (la princesa) y de la necesidad de continuar con viejos esquemas narrativos que ubican, primero a la mujer en un lugar secundario, y, segundo, manipulan un guion que disfraza de humor la historia de amor.
La indefinición y el jugar con los dos tonos, deconstruyen su estructura, debilitan las premisas, generando tedio en aquellos momentos en donde la búsqueda del realismo mágico y el romance se presentan ante los espectadores y en donde el guion y la narración podrían haber encontrado algo más para contar.