Saludemos el auspicioso retorno de la animación clásica a través de una obra plena de belleza y sensibilidad
Seguir la trayectoria transitada por la historia de la cinematografía, desde la pintura rupestre hasta nuestros días, nos induce al descubrimiento de diversos períodos, con sus consiguientes etapas. A lo largo del camino recorrido el séptimo arte se ha proyectado, como todo arte, sobre la base de dos factores determinantes: el desarrollo científico y tecnológico de la humanidad, y la potencialidad creativa del ser humano. En distintas épocas, con diversos grados, entraron en conflicto debido a la valoración que de ellos han hecho la industria y/o los cineastas, a punto tal que en algunas ocasiones llegó a plantearse como un dilema engañoso.
A fines de los años ’40 del siglo pasado el desarrollo de la televisión en el orden internacional, pero con mayor efecto en los Estados Unidos, generó una profunda crisis en el mundo del espectáculo, particularmente en el cinematográfico. Mientras el audiovisual hogareño iniciaba el camino hacia el color, el séptimo arte, capitaneado por la industria hollywoodense, comenzaba a recorrer diversos atajos para enfrentar asu enemigo latente.
Entre los senderos abiertos caminó por la ampliación de la pantalla a partir de 1952, año que en Nueva York se presenta como demostración el sistema Cinerama, con “Esto es Cinerama”, supervisada por M. Todd, F. Rickey y W. Thompson, que con su gigantesca pantalla curva se conoció más tarde en los principales ciudades del mundo, incluso en Buenos Aires ocupando la sala del hoy desaparecido Teatro Casino adaptada al efecto. El sistema no logró imponerse, más allá de cinco o seis largometrajes, por su alto costo de producción no redituable en boletería, pero abrió nuevas perspectivas.
En 1953 se conoce la primera producción en Cinemascope (sistema creado por Henri Chrétien), con el estreno de “The Robe” (en la Argentina “El manto Sagrado”), de la 20th Century Fox, realizada por Henry Koster, con Richard Burton, Jean Simmons, Víctor Mature, Michael Rennie, que Buenos Aires admiró en el cine Broodway. Este formato se impuso masivamente en el negocio fílmico y fue anticipo de una serie de otros similares que le sucedieron con suerte dispar (Vistavisión, Supercope, Totalvisión, Todd AO, Dylescope, etc.). También se sumaron a esa innovación, en apoyo de las pantallas ampliadas, nuevas búsquedas en el tratamiento del sonido, de la iluminación, en los efectos especiales, la incorporación de la computación y la generación de las imágenes cuasi holográficas.
El desarrollo tecnológico, y científico, logró con el tiempo equilibrar la competencia industrial-comercial de televisores versus cines, los que actualmente conviven en paz y armonía, sin dejar de lado la rivalidad y aunadas para enfrentar a nuevas amenazas como el truchaje del DVD.
En cuanto a la potencialidad creativa del ser humano como factor determinante de la obra cinematográfica a derivado en tres orientaciones. Por una parte, las cinematografías altamente industrializadas, con la hollywoodense a la cabeza, por otra, las que disponen de mediana infraestructura en la materia, como por ejemplo Australia, finalmente las carentes de apropiada sustentación económica para que le permita competir en lo tecnológico, como los países latinoamericanos o Irán, e incluso la misma producción independiente norteamericana.
Contrariamente a lo que se podría suponer el mayor desarrollo tecnológico no garantiza, ni avala, la calidad artística integral de una obra audiovisual, aunque en lo económico pueda resultar –en muchos casos- un éxito, y a veces incluso alcanzar la categoría de “tanque”. Claro está que la efectividad de las nuevas tecnologías aplicadas depende del criterio con que sea encarado un proyecto. Lo que aporta la ciencia y la técnica son más herramientas para el trabajo cotidiano, su efectividad dependerá de la forma en que se las emplea. Si se le asigna el rol protagónico en la producción sometiendo a su dominio tema, historia, concepto y estética el resultado podrá ser espectacular, deslumbrará, pero no irá más allá de ofrecer un bello envoltorio –entretenido y escapista- que guarda intrascendentes pompas de jabón, por el contrario cuando se la utiliza con inteligencia y mesura contribuye en forma efectiva al enriquecimiento de las posibilidades expresivas del audiovisual. (1).
Alguna vez uno de los Lumiére afirmó que “la técnica puede crear o destruir el arte del cine”. El tiempo le dio la razón.
Al considerar específicamente al cine de animación nos encontramos con producciones brillantes, no cabe dudas, en cuanto a su tratamiento como producto tecnológico, pero la narración y los personajes no conmueven emotivamente, resultan estéticamente bellos, rayanos con la perfección, pero humanamente vacíos. La animación generada por computadora tuvo las primeras experiencias en 1982, pero es a partir de de los `90 que logra su desarrollo. Los instrumentos son programados adecuadamente y manipulados con eficiencia por profesionales idóneos, pero los trazos, los colores, los fondos, el perfil, de los personajes no alcanzan a irradiar la subjetividad de la vida que infunde a la realización, como un colega ha precisado, la animación tracción a sangre. El dibujante o titiritero es un artesano que le aporta a la criatura y su entorno un toque personal, su sensibilidad humana y creatividad artística, trasuntado en la delineación del dibujo, o los movimientos, matices imperceptibles, pero que alcanza al espectador, en la articulación de la cosa que anima, trátese de dibujos, muñecos, objetos de material maleable o rígido, etc., hasta la mismísima arena, por ejemplo.
Desde 1908 hasta fines del siglo pasado la cinematografía de animación respondía a las técnicas clásicas de sus orígenes, aunque ya al promediar la última década comenzaba a sentar sus reales la animación por computadora. En octubre de 2004 Disney, la tradicional empresa de cine de animación más importante de occidente, resolvió bajar la cortina tras 76 años de animación generada a mano para dedicarse exclusivamente a la digital. En abril de 2006 John Lasseter, padrino de la animación digital y fundador de los Estudios Pixar, asumió como Director Creativo de la empresa Disney.
Hubo quienes culparon a Lasseter de la supresión de la animación tradicional. “No fue culpa nuestra. Amamos la animación: Pixar era el único estudio de animación, y ahora Disney también., que es dirigido por gente que lo único que siempre quiso fue hacer animación. Nunca entendí la decisión de cerrar la división de dibujo a mano. Según ellos, el público ya no quería ese tipo de películas. Lo cierto es que la animación a mano se convirtió en chivo expiatorio de las historias malas. Eso es todo. Lo que la gente no quiere ver son películas malas, no tiene nada que ver con que sean dibujadas a mano o en una computadora”
Más adelante comenta a propósito de “La princesa y el sapo”, que “nunca en la historia del cine una película fue entretenida por la tecnología con la que se hizo. Lo que importa es que los realizadores hacen con esas técnicas. Es como imaginar que hay dos estudios de películas con actores, uno hace éxito tras éxito y el otro decepción tras decepción y entonces el que fracasa mira hacia el otro lado y dice: “Ahora entiendo por qué no nos va bien, estamos usando las cámaras equivocadas. Vamos a usar la cámara de ellos y haremos éxitos.” Es exactamente el tipo de pensamientos que tuvieron los estudios en ese momento. Ridículo. No se trata de computadoras versus animación a mano. Y creo que esta película lo demuestra. Mi intención era mostrar cuán maravillosa es esta forma de arte.” (2).
“La princesa y el sapo” es un delicioso cuento de hadas, con una vuelta de tuerca respecto a un tema abordado por la literatura infantil, a partir de los hermanos Jacob Ludwig Carl (1785-1863) y Wilhelm Carl (1786-1859) Grimm.
Tiana es una joven de color, atractiva, independiente y trabajadora. No tiene tiempo para el amor ni para pensar en sus sueños. Le encanta cocinar, y tiene planeado tener un exitoso restaurante, cumpliendo así con el amor a la comida, que es el legado de su padre. Pero a pesar de su duro trabajo y su constancia, en el camino hacia sus objetivos constantemente se interponen obstáculos
Durante la era del jazz, en el distrito francés de Nueva Orleans, vive Tiana, una bella muchacha que anhela encontrar al hombre de sus sueños. Cuando, de pronto, se le aparece un curioso sapo que le pide que lo bese, Tiana se niega al principio, aunque después de todo acepta. Sin embargo, el poder del hechizo sobre el sapo no se rompe con el beso de la chica, sino que también cae sobre ella. Ahora, tanto Tiana como el sapo deben encontrar a alguien que pueda devolverlos a la normalidad en una aventura que los llevará a ambos a través de los místicos pantanos de Luisiana.
Con su trayectoria profesional Lasseter (3) ha dado sobradas muestras de sostener proyectos inteligentes, originales y de incuestionable calidad artística, pero al abordar “La princesa y el sapo” con la técnica de los dibujos realizado a mano suma la humanización que aún no se ha podido integrar mediante la computación. El espectador tiene las sensaciones y la emotividad que palpita en cada personaje mediante el diseño de miradas y gestos que se animan exhalando un alma que no logra traducir la computación.
Para corroborar la existencia de tan sutil intercomunicación de sensaciones los cinéfilos veteranos podrían retroceder en el tiempo, por ejemplo, a “Bambi” (Walt Disney, 1942), rememorando las escenas en que el protagonista enfrenta al gran incendio y la muerte de su madre a manos de cazadores furtivos.
Sería como asistir a una exposición plástica donde compita una obra figurativa generada a partir de un programa ejecutado por computación –que se puede reproducir idéntica e indefinidamente- y otra realizada por un artista plástico con el empleo de óleo, acuarela, tinta o colage, única e irrepetible.
La calidad de realización de “La princesa y el sapo” es de primer nivel en todos los sentidos, desde el tratamiento de la historia y el proceso de producción hasta la compaginación, donde se logra el tiempo narrativo apropiado, a punto tal que los 97 minutos de duración al espectador lo dejan con ganas de que la historia continúe.. Inclusive la selección de las voces (lamentando no conocer el nombre de los intérpretes), y el trabajo del doblaje al español es de los mejores que hemos recibido. Párrafo aparte merece la partitura musical (que se encontra entre las posibles nominadas para el Oscar en su categoría), simpática, con swing, pegadiza y totalmente integrada a las acciones y las imágenes.
En suma, una obra ampliamente recomendable para los chico y preadolescentes, pero que también disfrutarán los adultos que los acompañen, que está en condiciones de competir por el Oscar en su categoría.
Información complementaria
“El príncipe rana”
“El Príncipe rana” es uno de los cuentos de hadas más conocidos, no tanto por la historia en sí sino por la imagen de la rana con corona y de la transformación rana-príncipe, que quizás sea más famosa que la de "Un hombre-lobo americano en Londres". La versión más popular sobre el coronado anfibio es la que escribieron los hermanos Grimm..
El cuento en sí es bastante breve, pero deja un montón de cabos sueltos, un montón de sub-historias que no se llegan a desarrollar. Y los personajes son tan interesantes que merecen un análisis individualizado.
Príncipe Rana.
Aunque en el cuento de los Grimm no aparece con corona, muchas veces se le representa con ella, por si a la princesa no le parecía evidente la sangre azul que corría por las venas de la rana.
Pero, ¿por qué motivo el príncipe había sido transformado en rana? ¿Habría sido una transformación pasional? ¿Una venganza? ¿Y quién habría sido el desalmado o desalmada en hacer los pases mágicos para convertir a un real heredero en un real sapo? ¿Sabría la rana que el hechizo que le hacía ser verde y de ojos saltones se desharía estando cerca de la cama de la princesa, o simplemente quería un rollete con ella?
Princesa.
La cría más egoísta, inmadura y malcriada con quien se podría haber topado el príncipe rana.
Que la chica tiene dinero es evidente, ¿quién podría tener una pelota de oro macizo para jugar? También es un poquito maleducada, pues está constantemente despreciando a la rana. Parece mentira que se le recompense su incumplimiento de promesas con la transformación de la rana en un príncipe atractivo. Aunque en las versiones del cuento más modernas el encantamiento se rompe gracias al beso de la princesa, en el cuento de los Grimm es la violencia de ésta, y en otras versiones de la historia es simplemente el dormir junto a la joven lo que hace que el príncipe recupere su forma humana.
Rey.
Este buen hombre intenta hacer que la princesa se comporte como una señorita cumpliendo la promesa que le dio a la rana, pero parece ser que no se da cuenta de que con esta actitud, lo que está haciendo es empujar a su hija a meterse en la cama con un desconocido. Para que luego digan que para los padres ningún hombre es merecedor de sus hijas.
Heinrich.
Llegamos al momento cumbre. El único personaje de la historia que tiene nombre, y que incluso llega a dar nombre al cuento (el cuento de los hermanos Grimm se titula "El príncipe rana o Heinrich el fiel" unas veces, y "El rey rana o Heinrich el férreo" otras). Pero cómo es posible que dé nombre al cuento si casi ni aparece en la historia, ni su papel es importante (es más, hasta podría prescindirse de él). Sólo puede significar una cosa: que el criado realmente tenía un aquel con el príncipe. Alguna relación tiene que tener con él, no parece posible que un criado pueda necesitar atar su corazón con hierros porque su amo se vuelva sapo. Estos dos tenían un lío, seguro.
Ahora que lo de los médicos de la época no tiene nombre. ¡¿A qué tipo de doctor se le ocurre prescribir una intervención quirúrgica para poner hierros alrededor del corazón?! ¡Vaya una idea de bombero-torero!. Y como eran las cosas en aquellos tiempos, menuda infección que se podía haber pillado el pobre hombre. Y ya no digo nada de cuando se le soltaron los hierros
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Del cuento de hadas a la pantalla de cine: el estilo de Disney
Sobre la producción
“La princesa y el sapo” señala el regreso de los Estudios Walt Disney Animation a la animación a mano, un regreso al cuento de hadas clásico y al musical.
John Lasseter, productor ejecutivo y gerente creativo de los Estudios Walt Disney Animation afirma: “Si hay una lección que podemos tomar de Walt para proyectar los Estudios Walt Disney Animation hacia el futuro, es la de potenciar la riqueza de su pasado: su entrañable narrativa, sus exitosos personajes, su opulencia musical; todo ello como parte esencial de nuestro último proyecto de animación a mano”.
Los directores vieron que la animación a mano era un medio que seguía siendo vibrante y atractivo y se aventuraron a la recreación del arte de Disney Animation con respeto, determinación y una renovada sensibilidad.
Una vez, hace no muchos años, la animación tradicional a mano de Disney cedió su lugar a la nueva tecnología, y así se dejó atrás el arte que más se identifica con el propio Walt Disney.
En 2006, cuando John Lasseter y Ed Catmull tomaron las riendas de los Walt Disney Animation Studios, comprendieron que la tradicional artesanía de la animación de Disney no había perdido su valor ni como arte ni como entretenimiento. Y si bien la fama de Lasseter provenía de haber sido un pionero en el campo de la animación computarizada, su amor no era exclusivo de esta técnica. Lasseter creció viendo animación tradicional y allí comenzó su carrera, en la tradición inventada por Disney, alimentada y desarrollada a lo largo de décadas hasta ser un arte en sí mismo. Así fue que se concibieron nuevas realizaciones animadas, con la técnica de animación más adecuada para cada caso.
“Nos invitaron a proponer ideas para nuevas películas de Disney animadas a mano”, recuerda el director John Musker. “Todos nos sentimos particularmente inspirados por el cuento “El príncipe sapo” de los hermanos Grimm.”
“Estamos regresando a la narrativa sincera y clásica del cuento de hadas de Disney. Es una vuelta al musical, y también a la calidez y grandeza de la animación y de los fondos realizados a mano. Todo eso, junto, nos hace sentir como de regreso a casa.”
El productor Peter Del Vecho se complace en formar parte de este revivir de una grandiosa forma de arte. Dice: “Hay algo verdaderamente reconfortante al ver cómo el animador toma el lápiz, el papel y luego, cuando miramos la película, nos olvidamos de eso, ya que los personajes parecen salirse de la pantalla. Es como si los lleváramos a casa con nosotros en nuestra mente, ya que cada uno posee vida propia”.
La música era otro elemento del legado de Disney que el equipo creativo deseaba retomar, pero en una nueva dirección. Clements y Musker propusieron que el film fuera un musical, pero no al estilo tradicional de Broadway, del que Disney fue pionero en 1937 y que luego reinventó en los años ‘80. La idea, esta vez, fue que la música fuese un tapiz de zydeco, blues, gospel, jazz y todos los sonidos distintivamente “estadounidenses”.
El regreso a la tradición permite al público compartir una vez más la oportunidad de ver si el amor verdadero puede triunfar, de alentar un final donde todos viven felices para siempre y de dejar a todos tarareando esa canción que no puede sino permanecer en la cabeza durante un buen tiempo.