En épocas de tecnología digital y animación 3D, Disney apuesta a recuperar algo del espíritu de sus grandes clásicos con La princesa y el sapo, una comedia musical dibujada a mano, con decorados pastel y abundantes detalles. Aunque para estar a tono con los tiempos que corren, la princesa es afro americana y ciertos tópicos de los cuentos de hadas están reformulados de manera irónica para generar complicidad con los adultos. Así y todo, la protagonista podría ser una digna descendiente de Cenicienta o la Bella Durmiente, si no fuese por su carácter templado que la convierte en una heroína valiente y combativa. La acción transcurre en la Nueva Orleans de los años 20 y le sirve de excusa a los dibujantes para una detallada reconstrucción de la cuidad en el comienzo de la película, pero sobre todo ofrece un marco ideal para la notable banda sonora. El universo musical se integra perfectamente a la narración, la música jazz permite que los animadores se suelten y entreguen por momentos una explosión de colores y figuras abstractas. Si bien la historia central es previsible, y el villano vudú desentona y parece sacado de otra película, los personajes secundarios inclinan la balanza en favor de la película. Se trata de un sinfín de animales alegres y burlescos entre los que se destacan el cocodrilo que anhela tocar jazz con los profesionales y la encantadora luciérnaga con su poética historia de amor. Sin ser una obra personal o que represente algún progreso en el campo de la animación, La princesa y el sapo retoma los fundamentos narrativos y estéticos del dibujo animado clásico para plasmar un trabajo noble e intenso.