El retorno del Rey
Basada en el cuento clásico de los Hermanos Grimm, El príncipe Sapo, La princesa y el sapo (2009) es el retorno a las fuentes que hicieron de la factoría Disney la mejor y más grande compañía de dibujos animados.
Al padre de Tiana no le alcanzó una vida repleta de sacrificio y arduo trabajo. Ese anhelo con forma de restaurante fue siempre eso, un anhelo. La joven bebió ese esfuerzo y comparte esa meta. Ya sin la presencia física de su progenitor, la juventud la encuentra con dos trabajos, infinitas responsabilidades y una olla enorme como símbolo del sueño nunca extinguido del negocio propio. Mientras tanto, un apuesto príncipe arriba a la ciudad de Nueva Orleáns en busca de una bella adinerada para casarse, pero la ingenuidad lo lleva a las garras del malvado mago vudú que lo convierte en sapo, condición sólo reversible si recibe el beso de una auténtica princesa.
Luego de los fracasos no financieros pero sí artísticos que implicaron sus incursiones en solitario en el mundo de la animación 3D, la empresa del castillo retoma con La princesa y el Sapo la senda que tantos éxitos supo darle. La utilización de dibujos en 2D abandonado desde Vacas vaqueras (Home on the range, 2004), genera una imagen sin una puesta en escena sobrecargada, con elementos apenas esbozados en el fondo del cuadro, criaturas con los ojos hechos no para el deslumbre sensorial sino para que actúen en funcionalidad con el relato, en lo que resulta un manifiesto a que el poderío narrativo de una película es mucho más que la sumatoria de imágenes deslumbrantes. Vean sino la conmovedora escena del cotejo fúnebre flotando sobre el pantano, con sus miembros apesadumbrados por la pérdida de uno de los personajes más queribles (nunca Disney fue tan lejos con la representación de la muerte).
La dirección a cargo Ron Clements y John Musker guionistas y directores de Aladdín, quizás la mejor película de animación de Disney, es otro paso rumbo a ese norte de reencauce. Como en la historia romántica de Jazmín y el simpático ratero, la dupla construye una fábula de principio a fin, un mundo de realidad mágica donde los cocodrilos tocan la trompeta y los sapos interactúan con los humanos: como en las grandes películas infantiles, la lógica del relato permite que todo sea auténticamente posible y que nada aparezca forzado o carente de verosimilitud.
Más allá de los puntos de contactos con otras películas de Disney-Pixar (el amor por el arte culinario de Ratatouille, la fortaleza del vínculo filial de Cars), y al igual que la indígena de Pocahontas, la asiática de Mulán o la árabe de Aladdín, La princesa y el sapo subvierte los rasgos caucásicos de las protagonistas femeninas que la animación norteamericana estableció como normales. Aunque una heroína negra sea una invitación a empalagoso menú de connotaciones políticas (algunas justificadas: el padre es Barack Obama hecho caricatura), esto no es más que dejo de realidad en una totalidad fantástica: los afroamericanos fueron durante siglos (y en ocasiones siguen siendo) una raza discriminada en las grandes urbes, que durante años relego sus libertades bajo el manto de la servidumbre y la esclavitud. La princesa y el sapo, cuya narración se ubica entre los 50 y 60, no es sino un retrato de esa época.
Triste y alegre, emocionante al por mayor, La princesa y el Sapo marca el regreso con gloria de un gigante que se mantuvo durante un lustro sedado por el poderío tecnológico e imbuido en las reglas de la competencia feroz. Fue apenas una siesta, el castillo está de vuelta.