he princess and the frog es, como todos saben, el regreso de Disney a la animación tradicional. Este regreso no reniega de los años en que Disney se asoció con Pixar. Naturalmente, la adquisición de Pixar por parte de Disney hace unos años, confirma su deseo de seguir expandiéndose en el campo de la animación por ordenador. Sí reniega de los últimos traspiés cometidos por la empresa en el campo del dibujo, películas que carecían del encanto de films como La bella y la bestia, La sirenita, Aladdín o El rey león.
Este regreso implicó volver a contar con la dupla conformada por Ron Clements y John Musker, directores de La Sirenita, Aladdín y Hércules, cuya última colaboración con la empresa había sido en 2002, con El planeta del tesoro, un buen film animado que poco tenía que ver con las formulas de sus principales éxitos en este campo. La idea de Disney ha sido rescatar la esencia de los últimos grandes bastiones de la compañía en materia de animación 2D, y esto puede verse en un sinnúmero de elementos de este film que recuerdan a las fórmulas de aquéllos, a lo que se suma el toque de cuento de hadas, tradicional en la historia de Disney.
The princess and the frog surge con una pequeña controversia. La idea de que la protagonista sea negra, algo que alimenta el aspecto musical del film, suena oportunista en el país presidido por Barack Obama. Lo cierto es que el ascenso al poder de Obama no resulta algo muy extraño, dada la apertura sociocultural que existe hoy en Estados Unidos (no es casual que una mujer negra, Oprah Winfrey, sea la presentadora más popular de la televisión americana, mientras se dedica a la producción de films de reivindicación social como Precious y que, sin ir más lejos, aporta su voz en este film). De la misma manera, no debería resultarnos extraño que una compañía tradicionalmente conservadora y republicana como Disney haya lanzado un film animado protagonizado una joven negra.
Ahora bien, la ilusión de apertura, que puede sostenerse en los primeros minutos del film, cuando se sirve de un par de secuencias para exhibir las diferencias sociales históricas entre blancos y negros, termina en decepción una vez que observamos que la joven protagonista aparece con su fisonomía humana, y negra, al principio y al final del film, y que el resto de la película transcurre con ella convertida en sapo. En ese sentido, lo único que puede sonarnos mínimamente revolucionario, aunque muy inverosímil, es que el príncipe sea negro.
Dejando de lado este aspecto, The princess and the frog apela al recuerdo de los clásicos films de Disney, repitiendo todas las fórmulas habituales de la compañía (secuencias musicales, elipsis ingeniosas, secundarios graciosos), pero es esta misma repetición de fórmulas la que hace que este film carezca de identidad propia y se sostenga únicamente por el espíritu retro al que apela, convirtiéndose únicamente en un atractivo para la generación de adultos que fueron chicos a principios de los noventa. Lamentablemente, el enorme talento creativo de Clements y Musker no consigue dotar de autonomía y encanto propio a este film, aunque uno espera que este resultado no de lugar a pensar que ya no es época para esta clase de películas. La vigencia televisiva de los últimos grandes films animados de Disney demuestra que, por muy ingenuos que sean, el encanto de aquellos los mantiene y los mantendrá con vida, por lo que ansiamos que Clements y Musker puedan volver a encontrar la belleza y la magia que hace ya dos décadas supieron entregarnos a millones de chicos.