Más que sobresaltos, provoca aburrimiento
Una música espesa y visiones pesadillescas de su mujer e hijo quemados en un incendio intencional comienzan este obtuso film de terror, tan oscuro en imágenes como en talento narrativo. Timothy Gibbs es el escritor de best sellers, ateo confeso luego de la muerte de su familia provocada por un lector de sus libros, que ve interrumpida su desoladora existencia por un accidente automovilístico que debió haberlo matado, pero del que sale extrañamente ileso, como por milagro. Inmediatamente es llamado por su hermano pastor, a quien no ve hace décadas, para que lo acompañe a la casa familiar cerca de Barcelona, ya que su padre está agonizando.
Sin saber bien por qué, el protaognista viaja a España y enfrenta los fantasmas de su pasado, que van tomando forma corpórea de manera bastante previsible y sin provocar demasiados sobresaltos en la platea. De hecho, más que sobresaltos, la historia provoca bastante aburrimiento, ya que la lucha interna del escritor entre su ateísmo y el número 11-11 que le aparece por todos lados es bastante insoportable, y si todo el asunto no fuera tan terriblemente dramático, hasta podría llegar a ser risible.
Para colmo, a España también viaja de improviso una especie de fan, compañera de terapia de grupo, interpretada por Wendy Glenn, que realmente no aporta nada a la historia, salvo penosos tiempos muertos. Recién hacia el final de la película hay verdaderos momentos de terror, que de todos modos no justifican en absoluto la visión de este film dirigido por un artesano surgido de la saga de «El juego del miedo», menos mística y al menos más generosa en hemoglobina.