«Estoy en la pileta, obvio» asegura Paula minutos después de haber descubierto que la piscina en cuestión se encuentra inutilizable. Como otras escenas de La protagonista, la conversación telefónica desde una quinta también sugiere que la joven actriz parece más preocupada por simular una versión mejorada de su presente deslucido que por inyectarle ¿determinación?, ¿pasión?, ¿compromiso? a una existencia abúlica.
A tono con el ardid publicitario que equipara la vida a un buen chapuzón en pleno verano, la ilusión de una zambullida refrescante, la decepción ante la constatación del agua sucia, el ocultamiento de esa realidad y del consecuente desencanto pintan de cuerpo entero al personaje que Clara Picasso imaginó para su segundo largometraje. Desde esta perspectiva, la anécdota de la pileta es clave en este retrato extensible al prototipo de treintañero porteño que parece transitar el ¿ultimísimo? tramo de una adolescencia tardía.
La desconocida Rosario Varela interpreta muy bien a esta Paula que exuda frustración y una pequeña dosis de envidia mientras camina, conversa, come, toma sol, consulta su teléfono celular como si nada la afectara. La actriz revela progresivamente la cara oculta de su personaje desde el momento en que la joven se convierte en protagonista, tal como adelanta el título del film.
Picasso revela enseguida las circunstancias del estrellato en cuestión. En cambio, se toma su tiempo para describir qué sigue después del pico de fama alcanzado, no por mérito propio, sino por un capricho del azar.
La participación de Ignacio Rogers evoca el recuerdo de El pasante. En comparación con la opera prima que la guionista y directora realizó diez años atrás, La protagonista supone una obra superadora en una carrera incipiente.