Un día de fama
La vida diaria de Paula (Rosario Varela) parece impropia de la artista que dice ser. Se presenta como actriz aunque hace tiempo que no participa de ninguna obra; se gana la vida dando clases de castellano para extranjeros y asistiendo a encuestas de mercado donde interpreta diferentes personajes cada vez que asiste, técnicamente ejerciendo su profesión principal.
Justamente durante una de esas clases frustra un asalto en el bar donde se encuentra. Consigue los cinco minutos de fama que ansiaba gracias a que es entrevistada para la televisión, contando su propia versión de un hecho bastante confuso pero al que ella acomoda para salir con su mejor perfil.
Durante un par de días la gente del barrio la saluda en la calle y le pide fotos, a la vez que reaparecen amistades que la llaman por teléfono después de verla en la pantalla. Pero pronto todo se desinfla y vuelve a su rutina habitual de maquillarle la realidad a su madre por teléfono, dormir en la terraza al sol de puro aburrimiento, o esperar la llamada de ese novio que -con curiosa sincronicidad- hace unos meses que se conviritó en ex al mismo tiempo que empezó a actuar en televisión.
No hay una trama para seguir ni un gran conflicto para resolver en La Protagonista, más que espiar a Paula durante su breve momento de felicidad y, en cuanto se le acaba la efímera fama, la posterior recaída a su rutina habitual, más marcada por la apatía y la frustración de estar alcanzando una edad donde se nos enseña que los sueños ya tienen que haber empezado a cumplirse.
Atrapada en ese círculo, donde no tiene demasiados problemas externos para sostener una tranquila vida burguesa de clase media, pero tiene tiempo de sobra para padecer sus conflictos internos sin la urgencia de resolverlos, Paula disimula todo lo que puede y vende hacia el afuera una imagen diferente que la que vemos cuando está sola, donde su máscara se afloja y revela un poco de lo que realmente siente.
Esos breves momentos de vulnerabilidad es todo lo que La Protagonista nos va a dejar saber sobre ella, mientras la vemos dejándose llevar por la inercia de esperar que sus planes se hagan realidad espontáneamente. Porque no parece tener intenciones de cambiarlos ni hacer nada para que sucedan.
Como no puede faltar, hay observaciones con humor al clásico ego del rubro y a las enemistades o envidias que conduce, que aunque no pasan de algunos momentos esporádicos resultan los más interesantes de un film que decide no profundizar en el desarrollo de personaje ni de una historia. Todo se sostiene más que nada por el trabajo de Rosario Varela, quien pasa gran parte de su tiempo en pantalla en soledad, logrando transmitir algo de lo que sufre su personaje.
El resto del elenco son poco más que extras intercambiables sin muchos rasgos diferenciables; se olvidan en cuanto se alejan.
Salvo dos o tres planos fijos que aprovechan el contexto para hablar en nombre de Paula, todo en la puesta en escena es tan tibio y apático como el relato que encuadra. Termina cuando termina, pero podría haber sido un rato antes o después sin demasiado efecto.