Un melodrama de madre y hermanas simbióticas
Ha llegado a la cartelera nacional La Quietud (2018), el último film de Pablo Trapero (director de Mundo Grúa, Leonera, Carancho y El Clan, entre otras). La Quietud narra una historia familiar en donde sus tres protagonistas son una madre y sus dos hijas, quienes justamente hacen avanzar la acción. Mientras que el hombre de la familia es enjuiciado por la dudosa adquisición de sus bienes durante la última dictadura militar argentina, las tres mujeres en cuestión lidiarán también con conflictos personales que poseen una prehistoria desconocida en inicio para el espectador.
Este matriarcado está liderado por Esmeralda, personaje interpretado con un excelente y requerido don de mando por parte de Graciela Borges, y compuesto además por sus dos hijas, su favorita Eugenia (Bérénice Bejo) y la hija menor Mia (Martina Gusmán). Desde el inicio del relato se expone el vínculo particular que poseen estas hermanas que son “dos caras de una misma moneda”, no sólo por su parecido físico sino porque son capaces de compartirlo todo, desde la intimidad de la masturbación hasta sus parejas. En dicho sentido, como en la mayoría de los melodramas clásicos, el relato juega constantemente con la figura del doble femenino, sólo que en este caso a diferencia de Rebecca (1940), Más Allá del Olvido (1956) y Vértigo (1958), ambas mujeres están vivas y comparten el mismo tiempo y espacio de la diégesis, y esa figura del doble no se da alrededor de un hombre sino entre ellas. Incluso las hermanas poseen el mismo tatuaje similar al símbolo de piscis, en donde dos peses nadan en sentido contrario y cuya significación es de signo doble o mutable.
Por otro lado, La Quietud al mismo tiempo que representa a las hermanas como simbióticas, resalta las diferencias entre ambas: mientras que Mia se ha quedado viviendo con sus padres, Eugenia vive en París y regresa cuando su padre tiene problemas de salud. Es decir, mientras que Eugenia ha podido independizarse Mia ha permanecido cerca del nido familiar. A partir del reencuentro, los resentimientos y secretos del pasado, tanto de sus padres como entre ellas, comenzarán a resurgir y ese espacio, ese escenario, donde trascurre el relato pasará de ser “quieto” y campestre a “inquieto” y salvaje, despertando el instinto de supervivencia más interno de cada una de las protagonistas. Esta inquietud será metaforizada en la luz intermitente de la casona, cuya tensión es constante, evidenciando el estado psicológico y emocional de la familia en cuestión.
Mientras que en El Clan (2014) Trapero citaba a Buenos Muchachos (1990) e intentaba imitar el estilo de Scorsese, en La Quietud está más cercano a la perversión melodramática de Almodóvar. Sin embargo, la perversión que en Almodóvar produce fascinación, aquí genera cierto rechazo o turbación constante. Mientras que las mujeres del relato son muy activas y hacen avanzar la acción, los hombres parecen ser inactivos o secundarios sin posibilidad de elección, son como testigos de las decisiones que ellas toman; idea que se sintetiza y enaltece con el ACV que padece el padre de la familia, quien queda postrado e inmóvil tal como el nombre del espacio en el que habita, “quieto”. En consecuencia, las mujeres representan lo salvaje y lo ambiguo de la expresión mediante lo sexual, y por otro lado un accionar interior que no puede ser exteriorizado.
La Quietud es un relato distinto a todo lo que conocemos dentro de la filmografía de Trapero, aun así en este melodrama su realizador tiene la necesidad de incluir uno de sus estilemas, un vínculo basado en episodios reales de la historia argentina: la dictadura militar y el enriquecimiento ilícito de esta familia de la aristocracia en decadencia. Al igual que la lamentablemente poco recordada El Dueño del Sol (1987) de Rodolfo Mórtola, quien se adelantaba a su época exponiendo la maldad de un patriarcado y un perverso vínculo de recelos entre hermanos a partir de una herencia, en la que también estaba presente de fondo la dictadura del 76, aquí el matriarcado generará un efecto similar entre las hermanas.
En conclusión, La Quietud es un relato interesante que incomoda al espectador, lo cual es llamativo dentro del cine nacional pues se opone a ciertas normativas del ideal de familia y los vínculos intrapersonales, pero si bien la dosificación de la información es atractiva, la coincidencia abusiva del melodrama tradicional resulta aquí algo desmedida o condensada intensamente en la última parte del film, restándole fluidez al relato. La Quietud inicia y clausura su historia con la apertura y cierre de la cerca de la estancia que le da el título al film resaltando el carácter ficcional de lo acontecido y distanciándose de la realidad, a pesar de incluir anteriormente un enfoque interesante sobre el período más angustiante de la historia argentina.