Si hay un director argentino que creó, a lo largo de su carrera, un fuerte respeto en el ámbito cinematográfico, sin dudas es Pablo Trapero. Luego de “El clan”, regresa tres años más tarde con “La quietud”. Este film llama la atención desde su afiche: el parecido entre Martina Gusmán (“Carancho”, “Elefante blanco”, “El marginal”) y Bérénice Bejó (fue nominada al Óscar por su protagónico en “El artista”) es sorprendente y, en cierto punto, perturbador. Además, el nombre no aparenta decir mucho y, si se observa el resto del elenco, podemos ver que Édgar Ramírez (encarnó a Gianni Versace en el documental de su asesinato), proveniente de Hollywood, Graciela Borges, la gran exponente del cine argentino y Joaquín Furriel, cuya trayectoria en este ámbito es sumamente extensa, el resultado de esta película debía ser más que aceptable. Así lo fue; “La quietud” supera cualquier expectativa.
Eugenia (Bejó) regresa de París por motivos familiares y se reencuentra nuevamente con su hermana Mía (Gusmán) y su mamá Esmeralda (Borges) en la estancia “La Quietud”, donde vivían actualmente. Las hermanas tienen una relación muy especial entre sí que, lentamente, se va desarrollando a medida que aparecen Vincent (Ramírez), novio de Eugenia y Esteban (Furriel), el abogado de la familia. Ellos funcionarán como accesorios a la convivencia y del pasado de las hermanas, atravesando momentos incómodos y, sin lugar a duda, dramáticos.
El guion de esta película, escrito por Trapero, es fantástico. No posee vacíos argumentales y toca distintas temáticas que, para aquella persona que mira la película, resultan incómodas. Por ejemplo, el film abarca desde cuestiones de la dictadura militar, hasta el aborto, pasando por el incesto y el Edipo, suavizándolo todo con una gota de humor negro. Además, la historia está contada desde el punto de vista femenino: todo gira en torno a Eugenia, Mía y Esmeralda. Los hombres participan de manera accesoria y son usados como intensificadores del dramatismo que reina la vida de las mujeres.
La estancia donde se filmó la película (es la estancia “La república” en las cercanías de Luján) parece ser construida en base a las necesidades del largometraje. Las habitaciones y el diseño del lugar se complementan de manera excelente con la visión cinematográfica de Trapero, quien se destaca en esta labor de dirección. A esto se le suma la elección de la musicalización, que se acopla muy bien con el toque internacional brindado por Bejó y Ramírez.
En cuanto a las actuaciones, la única que desentona un poco es la de Furriel. Quizás sea un tema de dicción (y por eso su personaje habla poco), pero, cada vez que interviene, es muy importante a la trama. Además, es para destacar lo realizado por Martina Gusman. Sin dudas, eleva a la película y genera una muy buena dupla con Bejó, pilares esenciales del film. Edgar Martínez cumple un rol algo enigmático, pero termina a la altura del producto. Graciela Borges, por su parte, alcanza con decir que acá demuestra por qué es una de las figuras más importantes del cine argentino.
“La quietud” trabaja con una multiplicidad de temáticas que se unen de manera magistral gracias a un guion escrito de forma excelente, que genera una comodidad notoria en cada actor y actriz del largometraje. Es curioso, porque la incomodidad se planta en el interior de cada espectador mediante la inquietud de lo desconocido y, hacia el final, se puede observar cómo se resuelven todos los conflictos a un tiempo adecuado. Sin dudas, esta película es un logro más dentro de la obra de Pablo Trapero y, vale destacar lo siguiente: es una producción 100% argentina.