Pablo Trapero dirige un film de un tono diferente al que tiene acostumbrado a su público. Una historia con demasiados aspectos que resulta incomprensible.
Mia (Martina Gusmán) se reúne con su hermana Eugenia (Berenice Bejo) en La Quietud, la idílica estancia familiar en la que se criaron. Bajo la mirada de su madre Esmeralda (Graciela Borges), el reencuentro genera que salgan a la luz diversos secretos familiares a los que deberán enfrentarse.
El argumento es el punto más flojo de la nueva película de Trapero. Lejos de su título, resulta un torbellino de información que genera confusión y no resuelve. Tiene algunas cosas interesantes, como la construcción de una familia matriarcal y la particular relación entre las hermanas, pero en su totalidad es incoherente.
La Quietud (2018) aborda el tema de la Dictadura Militar argentina desde una perspectiva diferente a la que se puede ver en otros films. Quizás ese sea el punto a favor más destacable del guión porque le da un poco de sentido a todo lo que se plantea.
Cabe mencionar el gran trabajo del director y la belleza de las imágenes, principalmente el travelling inicial en el que se aprecia el campo y la estancia.
Las escenas entre Graciela Borges y Martina Gusmán son las más enriquecedoras: el contrapunto que hay entre ellas genera tanto momentos tensos como graciosos. Berenice Bejo, Joaquín Furriel y Edgar Ramírez completan un elenco que sostiene a la película.
La Quietud pasa y moviliza al espectador de una manera extraña, con muchas cosas que decir, mal encausadas y poco verosímiles.