Las hijas de la dictadura
El último film del reconocido realizador argentino Pablo Trapero, La Quietud (2018), indaga en los conflictos de una familia de clase alta vinculada a la última Dictadura Cívico Militar en Argentina. El largometraje de centra en la relación de dos hermanas, Mía y Eugenia, interpretadas por Martina Guzmán y Bérénice Bejo, unidas por una profunda e inusual relación a pesar, o tal vez producto de, la distancia y las cicatrices que la vida les ha dejado, marcando un fuerte y resistente lazo fraternal.
Con un patente protagonismo de las dos actrices principales acompañadas por Graciela Borges, quien interpreta a la madre de ambas, y la participación secundaria de Joaquín Furriel y Edgar Ramírez, la película desarrolla una historia de carácter marcadamente femenino que interpela las secuelas del genocidio perpetrado por los militares argentinos y sus cómplices e instigadores civiles durante de década del setenta a través del tamiz de la lucha de los organismos de Derechos Humanos por la búsqueda de la Memoria, la Verdad y la Justicia como ejes de convivencia y contrato social.
En una obra recargada de planos secuencia y abruptos cambios de tenor musical, la trama se abre con el regreso de Eugenia, la hermana mayor, quien vive en París, a la Argentina debido al accidente cerebrovascular sufrido por su padre, que se encuentra en grave estado tras ser citado a declarar por la apropiación de inmuebles y propiedades de varios detenidos desaparecidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros clandestinos de detención ilegal que funcionaron en la Argentina tras el Golpe Cívico Militar de 1976. El reencuentro entre Mía y Eugenia es intenso e introduce al espectador en un vínculo emocional profundo y de gran belleza, captado con delicadeza por la cámara del director de El Clan (2015) en un opus donde predomina una imagen estilizada sobre el universo suntuoso de las clases hegemónicas, sus gustos e intereses, prolegómeno también de sus miserias y gran leitmotiv del guión del realizador en colaboración con Alberto Rojas Apel.
El film cruza en todo momento los límites de la moral burguesa para llevar al espectador de un drama de clase al sainete grotesco que representan las clases hegemónicas argentinas en pleno estado de descomposición social a pesar de su rol dominante en los ejes productivos, económicos y políticos del país a través del sistema de castas absurdas que reproducen. Aunque algunas actuaciones parecen forzadas en ciertas escenas, La Quietud logra desnudar la intimidad de las miserias que denuncia para anteponer la memoria, la verdad y la justicia a la penosa construcción de mitos por parte de los restos putrefactos de la oligarquía terrateniente argentina y sus lacayos escribanos y abogados.
En su noveno film Trapero consigue retratar el proceso de desmoronamiento de una familia de parásitos en proceso de desintegración exaltando dialécticamente los resultados del choque entre amor y desamor, pasión, odio y obsesión, en relaciones complejas y enrevesadas que buscan complacer y lastimar al mismo tiempo. Las buenas actuaciones de todo el elenco se funden con una fotografía que hace hincapié en detalles y gestos reveladores de la psicología de los personajes, mientras que la música busca destacar situaciones y escenas que comienzan o culminan algún momento conflictivo y significativo del relato. La Quietud es así una nueva intervención sobre el presente a partir de una pesquisa en torno a nuestro traumático pasado autoritario y sus secuelas sobre una generación interpelada a tomar partido a riesgo de perder su estatus social y sus ingresos.