Yo adivino el parpadeo
Dos hermanas muy unidas
afectivamente pero separadas por la distancia se reúnen en la estancia familiar de La Quietud: Eugenia vuelve de urgencia desde París para estar cerca de su anciano y enfermo padre, quien acaba de sufrir un ACV mientras era interrogado por un fiscal. En la Buenos Aires que lleva años sin pisar la esperan su madre Esmeralda y su hermana menor Mía, la única que parece realmente interesada por la salud de su padre.
Volver a verse después de años las hace recordar su infancia cómplice, el despertar compartido de la sexualidad, y también los conflictos que implicaba el vivir todo juntas, incluyendo la dispar relación que cada una de ellas tiene con sus padres; porque mientras Esmeralda favorece claramente a Eugenia y trata con frialdad a Mía, la hija menor sostiene una relación estrecha con su padre que ni siquiera su esposa comparte.
La sorpresiva enfermedad del padre de familia y la noticia de un igualmente inesperado embarazo, fuerzan a aflorar algunos de los secretos mejor enterrados de la casa y de su entorno, donde nadie es del todo inocente.
Moda tocada de oído
Como no es tan raro en el director, La Quietud habla más de sus personajes que de una historia concreta y bien delineada. Pasa los primeros tercios de la película presentándonos a las mujeres de esta familia y algunos personajes extras que las rodean, mostrando sus rasgos principales que eventualmente resultan ser los únicos que tienen. Poco parece interesar a las hermanas más que el sexo y el romance, con reglas que difícilmente resultarían aceptables para el afuera pero que en privado viven con naturalidad. Solo esto justifica en la trama varias escenas de sexo que de otra forma son irrelevantes, sin aportar nada a la historia más que intentar agregar matices a los personajes.
Es recién durante el último tramo donde la trama pisa el acelerador y se vuelve más interesante, detonando varios conflictos que se venían dejando a fuego lento desde el principio. Algunos remarcados tanto que no dejan margen a la sorpresa, como la revelación sobre los supuestos crímenes del padre que se adivinan desde los primeros minutos. Más interesante resulta la confesión de Esmeralda sobre sus motivos para no poder amar a su segunda hija, a pura fuerza de talento actoral de Graciela Borges.
Las acciones se amontonan en el último tramo como si se hubieran olvidado de incluirlas durante el resto de la película, tiempo que ocuparon en detallar las infidelidades que todo el mundo parece cometer en ese círculo, al punto de que pierdan importancia de tan comunes. Esta remontada final resulta en que podamos salir de ver La Quietud con un recuerdo bastante positivo, el cual empieza a resquebrajarse en cuanto hacemos un breve análisis y recordamos los bostezos de toda la primera parte.
El peso de toda la trama recae sobre el trío de mujeres, entre las que se destaca notoriamente Borges sosteniendo ella sola cada escena donde le toca pararse en el centro, acaparando los mejores momentos de la película con un personaje difícil de querer pero de lo más interesante.
Con menos éxito quedan las hermanas protagonistas, forzadas a repetir algunas líneas de diálogo insostenibles, acompañadas por los llantos más carentes de lágrimas. Hay una clara intención de mostrar el universo femenino, centrando la mirada en sus mujeres y dejando a los varones en los márgenes como una forma de empoderamiento; sin embargo todo eso no deja de sentirse oportunista y superficial, puesto a través de una lente que no deja de objetualizar los cuerpos que muestra, siempre siguiendo un sentido estético normativo y en función del ojo masculino. Hay poco y nada de empoderado en las mujeres de La Quietud, para quienes su libertad tiene que ver más con una cuestión de clase que con subvertir roles de género.
Desde el lado visual este nivel de producciones se merece una exigencia que no tendríamos con otras producciones menores y no se puede decir que no cumpla con las expectativas. Si bien no son tantas las veces donde destaque, contando un plano secuencia donde se cruzan varias acciones diferentes y algunos encuadres en penumbras, propone una puesta bastante naturalista y cálida acorde con el entorno idílico de la estancia.