Se llama "La quietud", pero es una película inquietante, y fue hecha por un director que nunca se queda quieto, dormido sobre sus laureles. Entre cortos, largos y ahora también episodios de televisión, Pablo Trapero ya acumula una veintena de títulos, 35 premios fuertes, prestigio internacional y varios éxitos comerciales. Su anterior trabajo, "El clan", con Guillermo Francella, sumó 2.500.000 espectadores locales, o más, y se vendió hasta en el Japón. Después de esa, la tenía fácil. En cambio, eligió algo distinto.
Aquí reconsidera algunas de sus constantes y las pervierte un poco, a ver qué pasa. Hay momentos de humor, pero es humor negro. Hay expresiones de cariño familiar, pero los espectadores pueden removerse en sus asientos. Hay una crítica social, pero encarada desde el interior de la gente que se critica. Hay nervio y parece que algo va a explotar a cada rato, pero quizá sea más bien una implosión. Y hay un elenco y una dirección de actores de primera línea. En esto no ha cambiado.
Así, Martina Gusmán y Bérénice Bejo, tan parecidas entre ellas, hacen de hermanas enfrentadas en muchas cosas y unidas en otras (y acaso también en aquellas que las enfrentan). Graciela Borges es la madre, una matrona tremenda y regocijante (para quien la mire de lejos). Detrás están Joaquín Furriel, Edgar Ramírez e Isidoro Tolcachir. Los hombres tienen la parte débil frente a esas mujeres. Envolviendo a todos, un pasado tenebroso, la estancia señorial, y la cámara de Diego Dussuel, de luz exquisita y cuidadosos planos secuencia. Quizás al libreto le faltaría un leve pulido, puede ser. Pero la mano del director es precisa, y la película, ya lo dijimos, es inquietante.