Una ola de pavadas
Hay un momento en el tercio final de La quinta ola donde uno de los personajes dice algo así como “¿no se dan cuenta que nada de esto tiene sentido? Yo no firmé para esto. Ya está, me voy”. Es como si la película misma se estuviera haciendo cargo de toda la tontería que nos estaba mostrando y contando, hablándonos a nosotros, espectadores, y diciéndonos que lo mejor que podríamos hacer es irnos, retirarnos, o más bien huir de la sala. Pero es apenas ese momento, sólo unos segundos, porque luego continúa tratando de sostener un universo narrativo que nunca alcanza el verosímil necesario.
Ya los tráilers de La quinta ola preanunciaban que era un típico producto diseñado y calculado al extremo para captar al público adolescente, basándose en una novela YA -otra más- destinada al lector adulto juvenil y que es en verdad el inicio para una trilogía -otra más- cuyo objetivo es generar cuantiosos ingresos tanto en el mercado literario como el cinematográfico. En este caso, lo que hace el libro de Rick Yancey es procesar y hacer converger elementos de la ciencia ficción -especialmente los relatos de invasión extraterrestre- con el de cine catástrofe, ya pensándose desde la misma escritura para una adaptación cinematográfica que conecte con esos mismos fanáticos que hicieron de Maze runner, La Saga Crepúsculo, Los juegos del hambre y Harry Potter grandes éxitos.
Así, el relato se centra principalmente en Cassie Sullivan (Chloe Moretz), una joven cuya tranquila adolescencia es interrumpida bruscamente cuando comienza una invasión alienígena -cuyos seres son rápidamente denominados “Los Otros”, porque siempre se necesita poner nombres- que a partir de cuatro Olas -así, con mayúscula, porque siempre se necesita poner nombres- de destrucción va masacrando a toda la humanidad. Falta una última Ola, la quinta del título, que es la que -se promete varias veces a lo largo de la película- va a terminar de arrasar con toda la especie humana. Todo esto se explica en los primeros minutos, que son los mejores, no porque sean esencialmente buenos -en realidad son los menos malos- sino porque el film se mantiene todavía en pie a pesar del tono lavado y sobreexplicativo, y notorios errores en la construcción del punto de vista.
Pero cuando La quinta ola termina de plantear su conflicto y debe avanzar, comienza a desbarrancar en grande, acumulando errores por doquier, desdoblando la narración y construyendo -es un decir- una subtrama militarista donde se ve casi como algo natural que a niños menores de diez años los vistan con el uniforme del Ejército, les entreguen armas largas y los envíen a combatir al enemigo. Pero no sólo eso: también aparece el consabido interés amoroso de Cassie de manera totalmente forzada (con escena de la muchacha espiando al galán mientras se baña en un lago incluida), hay varios giros disparatados, baches inexplicables en la historia y unos cuantos personajes que podrían habitar una comedia al estilo Casa de mi padre si no fuera porque están en pose realmente seria en un relato con ínfulas de trascendencia.
Pero los problemas de La quinta ola no sólo están en el guión, sino también en la dirección, porque pareciera que J. Blakeson se tomó todo en joda o ni siquiera asistió al rodaje. No sólo hay problemas narrativos y de puesta en escena graves, que se podrían haber solucionado fácilmente con un poco más de cuidado y conocimiento, sino también de dirección de actores. Principalmente con Chloe Moretz, una actriz de extremos, que cuando está bien, está muy bien (Déjame entrar), y cuando está mal, está muy mal (Carrie), y que aquí está pésima, sin transmitir absolutamente nada (y eso que su personaje en la primera media hora le pasa de todo: queda huérfana, pierde a su hermanito, mata por error a un inocente, es herida en una pierna…). Los únicos que se salvan son Maria Bello (que parece divertirse con un papel absurdo) y Liev Schreiber, que encarna a un coronel con la solidez y prestancia que lo caracterizan.
La quinta ola es apenas mejor que Punto de quiebre (otra reciente película de diseño) gracias a sus momentos de humor absurdo (la mayoría de las veces involuntario), que le permiten ser un poquito menos seriota, pero es otra muestra de la forma en que fracasa Hollywood cuando calcula demasiado las cosas. Al final, tanto cálculo sólo termina generando sopor y hasta burla.