Los recuerdos de un amor inolvidable
Ideada como una película de sentimientos, la obra sitúa a Daniel Auteuil, con 61 cumplidos como un hombre que vivirá unos días junto a su nuera y sus nietas, en una alejada casa del mundo, donde se asomará al balcón de su pasado.
Ante un film como el que hoy se comenta, en manos de la actriz y realizadora Zabou Breitman, se puede llegar a vivenciar un muy cercano eco de aquellas historias que narraba el siempre recordado Francois Truffaut, acompañado posteriormente, tras su partida, por directores tan sensibles como Claude Sautet, Claude Millar y André Techiné llegando a nuestros días, en esa proyección que nos alcanza desde aquellos años 60, en algunos personajes delineados por Patrice Leconte.
Desde este punto de vista, creemos entonces que la elección de su actor principal, Daniel Auteuil, ya hoy con sesenta y un años cumplidos, legitima este recorrido de miradas. Su presencia, componiendo a este hombre que vivirá esos días junto a su nuera y sus nietas, en una alejada casa del mundo de la gran urbe parisina, le permitirá asomarse al balcón de una estación de su pasado y comenzar a narrarle, tras una morosa espera de previsibles rituales, su tan particular historia.
Cine de sentimientos, desde una paleta de voces que se refugian en los pliegues del dolor de los dos personajes, La quise tanto invita a ser partícipes de esta voz intimista que nos acerca la historia de la fascinación que un encuentro puede provocar; de ese entrar en un fuera de sí, de ese perder toda dimensión con la realidad, a la que se nos pide que no perdamos de vista. Como le ocurre y le sorprende a Pierre, empujado por un viaje de negocios a viajar a Hong Kong, donde en plena reunión empresarial conocerá a una joven mujer, Matilde, traductora, quien, vestida de manera formal, y rodete, hechizará su mirada.
Aún no comprendo por qué los distribuidores locales prefirieron para dar a conocer este film en el país, que aún no se ha estrenado ni en España ni en Italia pese a ser del 2009, sustituir el término amar por el de querer. Independientemente de que el mismo esté reforzado por el vocablo adverbial "tanto" no es lo mismo, ni siquiera sinónimo, respecto del alcance de la palabra amor; tal vez, en sus múltiples formas, el que más esperamos y el que más nos cuesta pronunciar; el que tememos decir, y sin embargo cuánto lo deseamos.
Y es tal vez, porque algo de todo esto circula en el film, que algunos críticos han deseado igualar al sentimiento que experimenta James Stewart por Kim Novak en el sublime film de Alfred Hitchcock, Vértigo. Y es ese recorrido el que libra su personaje masculino quien, ahora, en esa noche, cual antiguo narrador de viejas fábulas se cuenta esa más que escapada de loco amor, cuando sus hijos aún eran adolescentes. Esta mujer, llamada Chloe, quien, ante el abandono de aquel, está experimentando, desde sus propios sentimientos de ausencias, su propio dolor, expresado en sus silencios, en sus gestos, y en algunas bruscas reacciones.
Basada en una novela de Anna Gavalda Yo la amaba, publicada en su edición castellana por Seix Barral en el 2003, La quise tanto reunirá a un hombre y a su nuera desde una instancia de una situación de pérdida del sujeto amado. Y desde un relato que emerge y se transfigura, que cabalga, que se suspende y que vuelve a su frenesí inicial para luego enmudecer desde un rostro bañado en lágrimas, el presente que asumirá la forma de acto de comprensión y de una incierta espera.
De inconfundible escritura francesa, La quise tanto permite revivir aquel episodio que ahora un sonámbulo Pierre, en ese fin de semana, en esa cabaña, junto a su malherida nuera, que veinte años atrás lo había ubicado en el espacio de una afiebrada aventura, que no conocía fronteras, ni ámbitos, que desafiaba agendas, que había llegado, mediante un pacto, a moverse desde el azar.
A través de este personaje reconocemos a tantos otros que compuso Daniel Auteuil desde los primeros años 90 (si bien su trayectoria profesional comienza en el 74, en el género comedia), desde films como Un corazón en invierno, Mi estación preferida, La chica del puente, Mi mejor amigo, La viuda de Saint Pierre, estas tres últimas de Patrice Leconte, entre tantos otros; sin olvidarse participación en films como El adversario, En guardia, Caché, El placard, N de Napoleone, entre tantos y tantos otros. Su profunda mirada, su aguda intuición, sus gestos, su dolor interior, sus silencios; lo que lo llevará a ubicarlo como uno de los más representativos de nuestro tiempo, tanto en el cine como en el teatro donde sigue interpretando a grandes clásicos.
Junto a él, un terceto de mujeres, su nuera, la mujer amada y su propia esposa, asumen, tal vez, la voz múltiple de su directora desde una sincera y sorprendente construcción de personajes que, en más de una oportunidad, lleva a acercarse a sus rostros, a escuchar sus confusiones y confidencias, a vivenciar sus pesares, a compartir sus fugaces alegrías.
En clave de contenido de melodrama, que parte de un primer plano de un rostro angustiado, La quise tanto lleva a desplazarse de un espacio marcado por un presente que interroga y aísla a sus personajes a un lugar de reencuentro en donde la palabra pueda volver a hacer posible la fuerza de un amor soñado y vivido hasta más allá del límite, que se convoca desde una voz que se irá adormeciendo sobre el despertar del amanecer.