Crónica de un amor
Chloe está devastada. Su marido la dejó por otra. Para ayudarla a recomponerse, su suegro la lleva a una cabaña en el campo durante un fin de semana. Una vez allí, entre whiskies y cigarrillos, le dice que lo que pasó fue, en definitiva, lo mejor que podía pasarle a ella y al marido. Para justificar su aseveración el hombre comienza a relatar su propia historia de amor prohibido, ocurrida veinte años atrás. En 1990 Pierre era un hombre de negocios que en uno de sus viajes conoció a la joven y bella Mathilde. Instantáneamente se enamoraron y comenzaron un apasionado romance a través del mundo, encontrándose en hoteles y paseando por exóticas ciudades. Pero justo cuando él estaba por dejar a su esposa por el amor de su vida, algunos factores pesaron más que el deseo de su corazón: la culpa, la lástima, la comodidad, los amigos, el barrio, la familia. Debido a esta tragedia sentimental que los destruyó como matrimonio, ahora Pierre y su esposa están muertos por dentro.
La Quise Tanto aprovecha todos los matices de esa extraña sensibilidad que exhiben los personajes de Daniel Auteuil. A lo que asistimos es al tardío florecimiento y el prematuro ocaso de la vida interior de una persona. Esta consigna se revela en cada gesto de Auteuil, en cada ralentí de la cámara, en cada línea de diálogo. Agobiado por el arrepentimiento y la melancolía, Pierre se tortura a sí mismo con aquello que pudo ser y no fue. Al recordar su única época realmente feliz, evoca el cuerpo de Mathilde -portador de una buena parte de la poesía del film- así como aquellas imágenes y sensaciones relacionadas con él: las pintorescas y multitudinarias calles de Hong Kong, las tardes de ensoñación en habitaciones de hotel, la ansiosa espera previa a cada reunión y las charlas sobre un futuro vacilante a la luz de las velas. Nada de esto volverá, salvo en la memoria, como el vestigio de un arañazo lleno de vitalidad que jamás cicatrizará.
Resulta muy difícil comprender por qué Pierre no dejó a su mujer para vivir su amor con Mathilde. A decir verdad, resulta imposible. No por cuestiones éticas o emocionales, sino porque la película nos empuja cada vez más hacia la perspectiva del protagonista y nos obliga a sufrir junto con él, sin dar tregua. ¿Por qué, entonces, Pierre no se animó? La respuesta, en este caso, podríamos buscarla nosotros mismos: ¿Acaso en el transcurso de la vida no tienen lugar decisiones inexplicables y oportunidades perdidas? Es así como La Quise Tanto interpela al espectador, de la manera más dolorosa, pero no por eso menos honesta.
Más allá de la palpable infelicidad que padecen los personajes, no se puede negar la visión optimista que, en su último instante, entrega la película de Zabou Breitman. Para ser felices, o al menos para que el arrepentimiento no nos corroa las entrañas, lo único que hay que hacer es respetar los designios del corazón, el único lugar donde habita la verdad. Tan sólo eso es lo que nos mantiene con vida.