La razón de estar contigo fue confeccionada para un espectador deseoso de lágrima inmediata.
Este filme viene precedido de una polémica absurda: un backstage que muestra cómo un ovejero alemán se rehúsa a mojarse. Indignarse por este maltrato animal da cuenta de lo poco que comprende el espectador una instancia de rodaje, operando su mente con la misma mala fe del consumidor que agarra una colita de cuadril en el supermercado y suprime en su imaginación el caos del matadero.
Si este ejemplo resulta tendencioso, piense usted cómo fastidia a su mascota cada vez que quiere sacarse una selfie, reteniéndola mientras ajusta el encuadre de su smartphone. Ahora magnifique la situación a una jornada de rodaje, en donde cada minuto es la cuenta regresiva de un presupuesto millonario. Toda película con animales se filmará a contravoluntad del animal, así que no tiene sentido sentenciar un procedimiento de por sí cruel. Lo que nos compete, en definitiva, será el resultado.
La razón de estar contigo es lo nuevo de Lasse Hallström, un director que entregó el clásico ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), y a principios de siglo tuvo su auge con Las reglas de la vida (1999) y Chocolate (2000). Bajo este prontuario, uno deduce que el filme garantizará la dulzura usando cualquier artilugio: atardeceres, praderas, violines.
En esta ocasión, seguimos las reencarnaciones de un perro que no sólo es adorable por apoyar su hocico tristón sobre el regazo de sus dueños, también les resuelve la vida como una suerte de ángel canino.
Dentro del dominó de reencarnaciones, Hallström decidirá cuál dueño es el elegido, entonces el relato toma ribetes metafísicos y las aventuras adquieren un Propósito, un Llamado, un Reencuentro. Así, con mayúsculas.
Hay decisiones formales fallidas: una cámara subjetiva simplemente fea, que no logra adentrarnos en la perspectiva del animal, y una voz en off perpetua, correspondiente al pensamiento del perro. Esta voz en off, si no explica lo que ya estamos viendo, hace chistes cancheros sobre las costumbres de los humanos.
Baudrillard sostenía que el triunfo de las mascotas significaba el fracaso de las relaciones interpersonales. He aquí una película que lo ejemplifica a la perfección.