Distopías eran las de antes
Tras La Rebelión (Captive State, 2019), hay un largo linaje de películas y series de televisión que han explorado la convivencia entre alienígenas y terrícolas post primer e inesperado encuentro y sus derivaciones.
Sin ir más lejos, una de las más recordadas series, V, Invasión Extraterrestre (1983), planteaba la base de muchos subproductos que luego supieron en diferentes soportes narrar esa especie de disyuntiva entre aquellos que aceptan la nueva e inevitable convivencia, y los que se paran de la otra vereda y resisten con sus ideales y luchas propias ante la llegada del otro.
Sin quererlo, en esa premisa, que dialoga con la actualidad y la agenda mediática, continuando una línea que explora mitos de invasión/control/sumisión/rebeldía, se esconde la fuente de inspiración para que La Rebelión, avance de una manera un tanto errática entre la promesa de aquello que se espera de este tipo de films y género y la intención de innovar con la introducción de una subtrama política que atraviesa a los protagonistas pero que no los transforma.
Hay un personaje central, que interpreta John Goodman, que es una especie de enviado de las altas esferas gubernamentales para investigar los pequeños focos de resistencia que se comienzan a vislumbrar en un Chicago devastado por el hambre, la desidia y el excesivo control.
Ese rol faro no alcanza para explicar nada de aquello que el guion del propio director Rupert Wyatt (El planeta de los simios (R) Evolución) y Erica Beeney, insinúa, como tampoco la participación de secundarios completamente desaprovechados (Vera Farmiga, Kevin Dunn, Madeline Brewer) que sólo suman aún más confusión a un relato coral fragmentado.
También, para traccionar nuevas generaciones a las salas, hay un joven (Ashton Sanders) en el elenco, que intenta mantenerse férreo a sus convicciones pero ve cómo el afuera lo impulsa a tomar partido en una lucha en la que siempre los más despojados son los que deberán levantar los trozos desperdigados de sus pares
Así, entre esos dos polos se comienza a planificar una suerte de escape, y entre las buenas intenciones de unos y otros, las dudas sobre el personaje de John Goodman construyen un largo y mal episodio de cualquier serie de ciencia ficción o película clase B.
La Rebelión busca presentar una narración sólida, pero en las idas y vueltas, el tempo para revelar detalles, la pobreza de los efectos visuales y la vaguedad de premisas, termina por perderse en los mismos laberintos que va desandando sin proponer nada y dejando más dudas que certezas.