Uno imagina a Jon Favreau como uno de esos tipos buenazos, dentro y fuera del set. Alguien a quien invitar a comer un asado con amigos. Tiene esa impronta simpática desde aquella aparición en la serie “Friends” (1994-2004) como ocasional novio de Mónica. También podemos imaginar que así se ha relacionado en Hollywood, y por ende es un buen conocedor del mundillo del cine, no sólo por aquellas primeras películas de la producción independiente, sino porque cuando le tocó codearse con grandes estudios y superproducciones lo hizo con mucha solidez, como el caso de las dos primeras de Iron Man (2008 y 2010).
Mezclando el presupuesto del cine no industrial y apelando a algunos buenos amigos actores, el actor, guionista y director aparece con una comedia simple, pero repleta de buenos momentos.
“Cheff” tiene un arranque prometedor al meterse de lleno en la cocina de un restaurante en el cual Carl Casper (Jon Favreau) es el cocinero principal, cuyo talento tuvo alguna vez algún reconocimiento mediático. Ante la inminente visita de un afamado crítico, el dueño (Dustin Hoffman) exige atenerse a lo seguro y no innovar, no arriesgarse. Esto coloca a ambos en veredas opuestas, pero Carl, hombre tan instintivo como impulsivo, renuncia ante la incredulidad de sus dos compañeros: Tony (Bobby Cannavale) que sacará ventaja de la situación, y Martin (John Leguizamo), mano derecha e incondicional amigo. A su vez Carl vive una separación en buenos términos, pero con un hijo con quien mantiene una relación poco fluida, o al menos con varios baches. En medio de todo eso, perseguirá un viejo sueño, poder cocinar y viajar a la vez con la ayuda económica de Marvin (Robert Downey Jr.), un viejo conocido que le debe algún favor.
Con todos estos elementos se construye “Cheff”, una comedia cercana a lo agridulce con dos estéticas narrativas que van a la par: una, de road movie, pues la acción tiene lugar en parte en el recorrido; dos, la del drama propiamente dicho donde claramente la reconstrucción de la relación padre-hijo toma las riendas de ser la columna vertebral de la historia.
Como director, Favreau tiene claro que no está inventando nada, pero a la vez se sabe inmerso en el respeto por el género y por la cada vez menos frecuente idea de contar una historia. Si además se puede dar ciertos lujos con un elenco sólido, que le da a cada personaje una identidad clara (por poco que aparezcan cada uno), estamos frente a una de esas películas que consolidan la relación entre la sencillez del cuento, la corrección narrativa, y la sonrisa genuina del espectador al salir de la sala.
La mesa está servida.