Y un día, todo empieza a cambiar
La escena inicial marca el tono: Eduardo (Peretti) avanza con su 4x4 por las rutas del sur; en su rostro hay dolor, desamparo, tristeza, vacío; una mujer al costado de la ruta le pide ayuda y él no se detiene porque está tan desbordado de angustia que ni ve ni siente lo que pasa a su lado. Hosco, ajeno, lleno de silencios, Eduardo acepta ir a Ushuaia para darle una mano a su amigo Mario (Casero) que está casado y tiene dos hijas adolescentes. Y no se puede contar más. Es un drama. Lo escribió y lo dirigió Juan Taratuto, un director que ha demostrado ser uno de los mejores autores de comedia del cine nacional (“No sos vos, soy yo”, “Un novio para mi mujer”, “¿Quién dice que es fácil?”) y que aquí se atreve a incursionar en un género absolutamente distinto. Y lo hace con dignidad, con buenos apuntes, con un guión concentrado y de pocas palabras. Es cierto, el remate parece apresurado y poco creíble, pero el clima está logrado y hay un soberbio trabajo de Diego Peretti, que dibuja con finos trazos a un ser arrasado por la pena y el desasosiego.
Es una historia triste sobre las segundas oportunidades que ofrece la vida. Y habla de la soledad en un paisaje que parece convocarla. Enseña que aun las crisis más arrasadoras pueden marcar el camino de un recomienzo. Y nos lleva a un lugar que lo dice todo: Ushuaia, donde todo termina y todo puede comenzar. Los personajes, transidos de dolor, saben que allí el cielo está siempre gris y el anochecer parece eterno, pero también aprenderán que el amanecer siempre llega, trayendo renacimiento y luz.