Volver a empezar
Primero lo obvio: La reconstrucción representa un cambio dramático de tono respecto del cine anterior del director y guionista Juan Taratuto. El humor no es ahora una música constante que acompaña los movimientos de los personajes, ese aire ligero destinado a seguir, por ejemplo, los bailoteos atolondrados de Diego Peretti mientras se hunde cada vez más en el estupor porque su mujer lo dejó y él no fue capaz de prever el golpe (como en No sos vos, soy yo): esta vez, en cambio, el héroe de Taratuto (de nuevo Peretti) está ya en el fondo del pozo, en una zona indefinida de catatonia emocional que lo convierte en un pariente cercano de los protagonistas abandonados y endurecidos por la vida de películas tan dispares como Nacido y criado (Pablo Trapero), Días de pesca (Carlos Sorín) o incluso de Liverpool (Lisandro Alonso), criaturas que andan como sonámbulas por esa tierra de los desamparados que aparenta representar el extremo sur de la Argentina en parte del cine reciente. De manera que la película deja de lado los modales tal vez un poco chuscos propios de lo que parecía ser la especialidad del director, a saber, esas comedias simpáticas, a veces un poco zonzas pero inofensivas, de gran repercusión popular y vocación por trabajar el costado humorístico de las relaciones amorosas como si fuera el pasaporte obligado a alguna clase de saber, resignado y levemente amargo, de reparación universal, para reemplazarlo por un manto de amargura genuina.
La reconstrucción no disfraza nada. El director sigue la lógica de una cierta franja transitada por el cine independiente americano para expresar un dolor de contornos reales con el menor desgaste de gestos permitido, usando además adecuadamente las posibilidades crepusculares del paisaje, tanto natural como urbano, la funcionalidad perfecta de la música (más que nada con la inclusión sorpresiva de dos canciones en inglés) y la capacidad de expresión de los actores, sometida a un verdadero tour de force en la administración de sus recursos como tales que resulta por lo menos sorprendente. Taratuto filma días grises y noches heladas en las que refulgen de pronto las luces de la ciudad con una fuerza emocional que parece provenir directamente de esa franja misteriosa –siempre sujeta a apreciaciones risibles– que es la interioridad de los personajes. Por momentos, La reconstrucción nos dice como en un murmullo que esos seres que se tambalean arrollados por la sorpresa guardan una inclinación poderosa por no dejarse arrastrar hacia el abismo. Con esa premisa en mente, el director elabora una modesta parábola sobre del resurgimiento de los vínculos afectivos dormidos que opera, también, como fábula acerca de la función reparadora del encuentro con el otro.