Con películas como No sos vos, soy yo , ¿Quién dijo que es fácil? y Un novio para mi mujer , Juan Taratuto se convirtió en uno de los guionistas y directores más exitosos dentro de esa comedia que tiene en el diálogo (y en el remate punzante y eficaz) su principal sustento. En su cuarto largometraje, el realizador se arriesga con un fuerte cambio de género, tono y registro. Si bien mantiene a Diego Peretti como protagonista, en La reconstrucción se sumerge en terrenos del melodrama, abandona la gran ciudad para viajar hasta la Patagonia profunda y aborda temas, conflictos y sentimientos inéditos hasta ahora en su filmografía.
El resultado de semejante salto -un cambio saludable para un artista que ya había encontrado una fórmula reconocida y reconocible- es más que digno. Puede que La reconstrucción no sea todo lo "redonda" que sí fueron sus comedias, que especialmente durante la segunda mitad subraye demasiado los cambios de los personajes y "apure" un poco las resoluciones, pero al mismo tiempo significa desde su trabajo como cineasta un indudable paso adelante: más áspera y exigente que sus trabajos anteriores, demandó una concepción, un diseño y una puesta en escena que rompen por completo con cierta estética "televisiva" con la que se minimizó a sus primeros tres films.
La primera mitad -que transcurre bastante en exteriores y remite por momentos al cine "patagónico" de Carlos Sorín- prescinde prácticamente de la palabra (toda una audacia y una búsqueda rupturista para los antecedentes citados de Taratuto) para describir con imágenes -y los acertados gestos faciales y corporales de Peretti- el grado de soledad, desconexión, irritabilidad, desprecio y amargura que acumula Eduardo, un trabajador calificado de la industria petrolera que carga con una pesada "mochila" de dolor y frustración cuyo contenido conoceremos promediando el relato.
Luego de múltiples insistencias por parte de Mario (Alfredo Casero) y aprovechando unas vacaciones, Eduardo deja la zona de Río Turbio para trasladarse a Ushuaia, donde de a poco comenzará a interactuar con la familia de su amigo: su esposa, Andrea (Claudia Fontán), y sus dos hijas adolescentes. Hasta aquí lo que se puede contar, ya que en esa segunda mitad -en la que Taratuto retorna al imperio de los diálogos y se instala mucho en interiores- se producen los grandes cambios que la película sólo sugería en el prólogo.
Es probable que cierto sector del público se sienta algo manipulado con algunos aspectos casi del terreno de la "autoayuda" que el film tiene a la hora de abordar temas como la muerte, el dolor, las segundas oportunidades o el valor de las familias sustitutas, pero Taratuto tiene la suficiente sabiduría, recato y sensibilidad como para evitar el golpe bajo y mantener la película a flote.
Las actuaciones, los rubros técnicos y -quedó dicho- el tratamiento visual y la riqueza narrativa (sobre todo en la primera parte) hablan de un futuro alentador, con más matices, con mayor riqueza, para el cine de Taratuto. En La reconstrucción hay riesgo, cambios de rumbo y no pocos logros. Nuevas búsquedas que se reconocen y, en definitiva, se agradecen.