La tristeza puede tener un fin
La nueva producción del director Juan Taratuto deja de lado su especialidad en la comedia romántica y pone el mayor acento en el tono melancólico de la historia y sus personajes, con actores como Peretti, Casero y Fontán.
En la segunda mitad de La reconstrucción se produce un momento que resume las intenciones de la película. Además, es el instante necesario para que Eduardo (Diego Peretti, excelente) comprenda su dolor y el dolor de quienes lo rodean. El personaje se está duchando y una mano empieza a rodear su cuello. No importa de quién es, porque en principio es solo eso, una mano que acaricia a un personaje derrotado, furioso, nada altruista, silencioso, con una bronca interna que la película develará en el transcurso.
Juan Taratuto realizó en su cuarto opus un drama de silencios, pesares y ausencias de un pasado cercano y de un presente inesperado, luego de la trilogía de comedias desde las que se convirtió en un emperador genérico en su vertiente industrial. Pero aun en algunos momentos de aquellos films se desliza una pátina melancólica sobre personajes abandonados que deben superar una crisis. El diálogo por celular entre Peretti y Soledad Villamil en No sos vos soy yo, cuando se produce la ruptura de pareja, está teñido de un matiz agridulce y de despedida, aumentado por la voz de Jorge Drexler desde la banda de sonido.
En La reconstrucción cambia el paisaje y el tono. La nieve de Tierra del Fuego tiene barro y cobra protagonismo para describir la vida un ser huraño, al que no sabe qué le ocurre ni tampoco porqué no detiene su auto cuando una mujer le pide ayuda luego de un accidente. Eduardo trabaja, habla poco y nada y cuando lo hace se comunica con monosílabos que parecen gruñidos de alguien que carga una cruz muy pesada. Aparecerá su amigo junto a su familia (sólidas interpretaciones de Casero, Fontán y de las adolescentes Aguilar y Casali), el dolor inesperado y la posibilidad de que Eduardo cambie de eje, se comprometa otra vez con la vida y trate de olvidar ese pasado cercano que le corroe el alma y que hasta lo expone a algún ataque de furia sin sentido.
La reconstrucción tiene la virtud de no ir más de sus acotadas y bienvenidas pretensiones. A Taratuto le importa ese pasaje que media entre el dolor más crudo y la chance de salir adelante. Pero no lo hace desde la contundencia verbal ni por vía de la lágrima fácil. Calibra los tonos con astucia y maneja los tempos narrativos con sutil sabiduría. En este punto, el segmento en que el personaje de Casero permanece internado en el sanatorio se manifiesta como una lección de cine en el uso del fuera de campo y del espacio off. Al fin y al cabo, esos tempos pausados del relato, representan aquello que Eduardo necesita para comprender y destruir su tristeza y las de los otros. Pese a los duros, durísimos golpes de la vida.